Anny Peña fi acaba de ser enviada a República Dominicana después de vivir 7 años en Asia. Salió de su país en el año 2010. Vivió unos meses en Filipinas y de allí pasó a Tailandia y Myanmar. Ella misma nos cuenta su experiencia.
MI PASO POR ASIA
Doy gracias Dios y a la Madre General por haberme enviado a Asia.
Siete años en Asia han sido una gran experiencia. Años que como toda jornada conllevó alegrías, tristezas, sacrificios y, sobre todo, mucho amor. Amor a la gente, respeto a la cultura, apertura de mente es todo lo que he vivido aquí.
He aprendido que muchas cosas son relativas en la vida. Cuando estaba en República Dominicana, yo era bajita, narizona, de pelo malo y morena. Al llegar a Tailandia resultó ser que soy alta (porque mis dos hermanas Filipinas son unos centrímetros más bajas que yo), de nariz fina, de pelo exótico y lo único que no cambió fue el ser morena, bueno sí cambió a más morena. Y así muchísimas cosas que creemos absolutas en la vida.
He aprendido grandes valores de las personas como la sencillez, honradez, el respeto a los mayores, el cuidado de los bienes comunes, la limpieza del entorno, la expresión pública de su fe (budistas), Podría poner muchos ejemplos, ahí van algunos:
• Se pierde algo en la calle y ahí lo dejan días y días y sino lo llevan a la policía.
• Por la mañana temprano cuando los monjes salen a mendigar (caminan en fila por la calle llevando un recipiente) las personas detienen su motor, se bajan, se arrodillan y le dan la ofrenda al monje, quien a su vez reza por ellos.
• En las calles no hay basura y no porque no haya plástico (creo que es el país que más plastico usa), sino porque los ciudadanos cuidan su ciudad.
En la Iglesia experimenté lo cierto y efectivo que es el lenguaje del amor. El ser capaz de entablar una conversasión con mis pocas palabras en tailandés y sus pocas palabras de inglés y entendernos, sentirnos en conexion y reirnos juntas.
El trabajo con los refugiados y con una ONG (Jesuit Refugee Service, JRS) fue otra de las bendiciones de Asia para mí.
Entrar en todo ese mundo de escribir proyectos, hacer reportes, planificar actividades, hacer evaluaciones y, sobre todo, trabajar para empoderar a los más necesitados, en este caso los refugiados en Tailandia y los desplazados internos en Myanmar.
¿Que he aprendido en la vida comunitaria?
He aprendido que el conocernos, amarnos y aceptarnos como somos es la clave de una vida comunitaria, que no fue perfecta pero sí la mejor como solíamos decirnos (we are not a perfect community but we are the best). Y no porque no tuviéramos problemas sino porque nos queríamos, no nos veíamos como competencia sino con soporte de una a la otra. Vivimos realmente eso que tanto decimos pero que en general poco vivimos, Ayuda Fraterna. Y cuando una hermana decía algo o yo decía algo, lo recibíamos como una ayuda porque así salía de la hermana. El vivir en actitud de hacer feliz a la hermana, los pequeños detalles de cada dia.
Potenciábamos el sentido de cuerpo universal a través de nuestras peticiones en la oración comunitaria y con el rezo del Rosario todos los miércoles por una comunidad específica (del catálogo leíamos la información de cada hermana de una comunidad y rezábamos por ella y la misión).
El sentido de Iglesia también crece, en este lado del mundo, a través de la lectura de los documentos papales, así como rezando al final de nuestra oracion comunitaria un Ave María por el Papa. Esos detalles son expresión de fe; pequeños, antiguos, repetitivos pero que alimentan y fortalecen el espíritu.
Y crecimos tambien en universalismo cuando rezábamos el Ave María en inglés, tagalo, chino, tailandés o español. En la apertura y respeto de lo diferente de la otra.
A todo esto ayuda el vivir en conciencia que la obra es de Dios. No soy yo la protagonista son ellos, a los que yo sirvo. Yo soy sólo el instrumento que a veces deja pasar la Gracia y otras veces la obstaculiza. Y por eso nuestras oraciones comunitarias estaban cargadas de nuestro trabajo.
Y ahora me toca regresar a República Dominicana donde sin contar mis años de formacion he vivido cinco años y regreso con la misma ilusión con la que salí pero ahora con un corazón más grande, por los nombres que hay escritos en él, con un horizonte más amplio, por todo lo que he recibido de la cultura asiática. Regreso con un inmenso deseo de descubrir la voluntad de Dios en mi quehacer diario y para esto cuento con sus oraciones.