El lenguaje de los “es que…”, que utilizamos tantas veces en la vida cuando hemos de afrontar decisiones, es, casi siempre, un lenguaje de cobardes, una coartada para justificar nuestras no-decisiones, una manta (más que un manto…) para escondernos… Y quiero poner tres ejemplos de ello que tienen que ver con nuestras decisiones de vida, con nuestras decisiones “vocacionales”.
– “Es que no sé si valgo…”: pues tampoco yo sé si vales o no (porque eso nunca se sabe a priori…), pero, en cualquier caso, no es ése el tema. ¿Alguna vez has mirado a la cara a los doce apóstoles que escogió Jesús (traidor incluido)? Pues no se si ellos “valían” mucho… No se trata de “si valgo o no valgo”: esa es una falsa cuestión, una cuestión enmascaradora: la verdadera cuestión es si me quiero entregar o no. Entregarme yo el que soy, con lo que valgo, porque nadie me pide que valga más para entregarme…;
– “Es que no sé si podré…”: pues claro que no lo sabes: y no lo vas a saber nunca, si no lo intentas… Este “es qué…” vale para todas las decisiones importantes de la vida, para todas las responsabilidades que la vida nos va pidiendo. ¿O es que acaso sabes que sí podrás asumir como se debe, por ejemplo, la responsabilidad de una familia? Querer es poder; te lo digo de otro modo para que no suene a voluntarismo: amar es poder;
– “Es que no sé si me equivoco…”: bueno, y para no repetir lo anterior: no olvides que no decidir es también una forma de equivocarse y quizá aún mayor (Arrupe dixit). Te equivocas seguro si piensas que para tomar una decisión en la vida hay que estar seguro de no equivocarse. La fe en Dios lo que nos pide no es acertar siempre, sino fiarnos siempre…
El discurso de los “es que” es discurso de cobardes. ¿Cómo se rompe ese discurso, cuál es el arma contra él? No otros discursos, sino una actitud: el agradecimiento.
Por Darío Mollà sj