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Experiencia Apostólica en Bolivia, por Pilar García-Junco fi

diciembre 31, 2016

La experiencia apostólica ha terminado.
En este primer día de mi vuelta a Cochabamba he querido que mi oración sirviera para recoger un poco la vivencia de estos días. En la primera lectura de la liturgia de hoy me encuentro con 1Jn.1, 1 – 4: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos”, y esto me anima más a compartir con vosotros esta experiencia que ha sido a la vez rica, buena y dura, a veces muy dura.
Antes de la partida quise situarme ante esta experiencia apostólica que sospechaba podría ser difícil para mí por dos motivos. Por una parte pensé que eran muy poquitos días, que en una semana apenas habría tiempo de entrar cuando ya tendríamos que salir; y por otra parte, notaba que podría sentir dificultad en ese sentido apostólico porque que soy una persona más identificada con Betania que con el ser de apóstol, con ese tú a tú entre una Marta activa y protestona y una María contemplativa, siempre a los pies de su Señor y embelesada por todo cuanto Él dice o hace.
Pero casi siempre que pienso en esto llego a la misma conclusión: que una es como es, que cuento con los dones que tengo y que reconozco en la realidad concreta, incluyendo al tiempo y al lugar, lo que Dios ha dispuesto para mí ya sea con o sin un fin determinado. Estar abierta siempre al Encuentro, dejarme llevar por una mano que es más segura y por Alguien que sabe más que yo, confiar en que algo de lo poco que yo haga o diga pueda quedar unido al Nombre de Jesús en el recuerdo de alguien… Para mí esto es suficiente para dar un poco de fuerza a ese sentido de apóstol que no tengo.

Estos ocho días han sido un constante encontrarme con ancianas solas, con la diferencia más acentuada que en otros sitios entre lo urbano y lo rural, con personas enfermas, con la falta de agua, la muerte por accidente laboral, matrimonios con sus problemas y sus luchas por seguir adelante, con el aislamiento de la aldea más perdida en la montaña, con una juventud que canta y baila como en todas partes, madres demasiado jóvenes, sacerdotes que quieren trabajar desde la profundidad e identidad del pueblo nativo que tantas veces no cuenta, con niños que trabajan y que tienen unos rostros inolvidables,… Seguramente algo me dejaré sin nombrar.


Una cosa me ha llamado la atención, me ha servido de contraste entre lo que yo veía y lo que ellos me decían incluso con sus silencios. Por donde yo iba veía pobreza, escasez de todo, carencia de lo más básico, falta de recursos elementales, etc, pero de nadie, absolutamente de nadie, he oído un “no tengo”, un “qué mala vida”, ni un “¿por qué a nosotros?”. Yo sí lo pensaba pero ellos no lo decían. No había ninguna protesta por las propias situaciones personales de pobreza material y sí muchas bendiciones al cielo y gratitud a ese Dios que no nos olvida. Mirándolos a ellos puedo entender mejor lo que es sentirse dependientes de la Gracia de Dios.
Yo no he disfrutado conviviendo con esta realidad, nadie se puede sentir a gusto con una experiencia de dolor y sufrimiento para muchos. Ha habido momentos en que hasta he tenido que tomarme un respiro y un espacio para frenar mi interior porque la realidad me superaba y no asimilaba tan rápido lo que tenía delante de mí. A veces, cuando nuestro afuera no coincide con nuestro adentro, corremos el peligro de caer en el desequilibrio y para evitarlo hay que parar y ver qué está pasando. Y dejar que Dios haga.
Estoy feliz. Feliz y agradecida, muy agradecida, porque ahora son ellos los que me han hecho a mí ver y sentir el Nombre de Jesús unido a cada una de sus personas. Y todo lo que vaya unido al Nombre de Jesús yo no lo puedo olvidar. 


Bueno, para terminar sí os voy a decir dos cosas de las que he disfrutado y muchísimo. Una es del contacto con la naturaleza y la otra la de haber podido estar con otras Hijas de Jesús. Las huertas que nos rodeaban eran una maravilla y las hermanas con las que he convivido también. En los dos casos toda una explosión de sentidos, de afectos, de conversaciones, de sentimientos, de gestos, de oración, de silencios…  Y esto, el poder disfrutar de todo lo no material, ha sido en parte gracias a Tita que ha sabido llevarnos y mostrarnos lo mejor y lo peor que Buen Retiro y Capinota encierran. Todo un regalo de Navidad. Gracias.
Y las fotos hablan por sí mismas.

Por Pilar García-Junco fi

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