A las Hijas de Jesús y resto de la Familia Madre Cándida:
Que, en este significativo tiempo de Navidad, el Príncipe de la Paz, el Emmanuel-Dios con nosotros, llene el mundo y nuestros corazones con Su paz mientras acogemos al «Hijo de Dios», nacido por nosotros. Que la llamada a la PAZ nos ilumine como hijos de un mismo Padre para que seamos portadores de Su paz que este mundo tanto anhela.
El misterio del nacimiento de Jesús es el mayor regalo de Dios a toda la humanidad. El Dios de toda la creación que viene a nosotros con la mayor humildad como un niño recién nacido, frágil e indefenso, nos revela su amor incondicional, nos busca y nos encuentra para darnos a todos VIDA, nuevos comienzos, independientemente de nuestra raza, color, cultura, creencias y lengua. En nuestro mundo ensombrecido por la oscuridad, ¡una luz nos ha iluminado!
La Navidad es también un tiempo de GRACIA. Nuestro Señor quiere enriquecernos a cada uno de nosotros con una Esperanza más allá de nuestra mirada y de nuestras posibilidades. Una ESPERANZA fundada en Dios que nos ayuda a caminar juntos como hermanos y hermanas para ser mensajeros de esperanza para los que no la tienen. Él nunca nos abandona, ni abandona a su pueblo amado. Él viene en el momento en que más lo necesitamos. En un mundo en el que la vida está amenazada, realidades desgarradoras más allá de nuestra imaginación, donde las familias y los seres queridos están destrozados por guerras, conflictos y amenazas a punto de quebrar nuestro planeta, nuestro Señor, única fuente de Esperanza y refugio, nos invita a unir nuestras manos en la Esperanza fraterna para hacer de este mundo un lugar mejor en el que vivir.
Como los humildes pastores, acojamos juntos, con corazón agradecido, esta maravillosa noche de su venida. Humildemente, acerquémonos al pesebre y, doblando las rodillas, adoremos y contemplemos este precioso regalo: «Jesús» don para nuestro bien. Dejemos que nuestros corazones sean también su pesebre, porque Él siempre anhela habitar en lo más profundo de nuestro ser abrazado con amor. Quizá sea éste el mejor regalo que podemos hacerle en este momento. Que Su presencia nos traiga calor, fuerza, cercanía, perdón y sanación.
Que el llanto del santo niño una nuestros pensamientos y oraciones con los que caminamos juntos, especialmente los pobres, y nuestras familias, mientras nos reencontramos con un Dios que nos da sentido y existencia, que es la verdadera esencia de la Navidad.
¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
Graciela Francovig, FI, Superiora general,
hermanas del Consejo general y de la comunidad de la Curia