Resumen de la catequesis
En nuestras catequesis sobre el discernimiento hemos hablado anteriormente de la desolación, hoy reflexionamos sobre otro elemento importante: la consolación.
La consolación es una experiencia de alegría interior, que refuerza la fe y la esperanza, y también la capacidad de hacer el bien. La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba.
Es un movimiento íntimo, que toca lo profundo de nosotros mismos. No es llamativa, sino que es suave, delicada, como una gota de agua en una esponja (cfr. S. Ignacio de L., Ejercicios espirituales, 335): la persona se siente envuelta en la presencia de Dios, siempre de una forma respetuosa con la propia libertad. Nunca es algo desafinado, que trata de forzar nuestra voluntad, tampoco es una euforia pasajera.
Tiene que ver sobre todo con la esperanza, mira hacia el futuro, pone en camino.
La consolación espiritual no es “controlable” no es programable a voluntad, es un don del Espíritu Santo. Es espontánea, con dulzura y con paz.
Pero estemos atentos. Tenemos que distinguir bien la consolación que es de Dios, de las falsas consolaciones. Son más ruidosas y llamativas, son puro entusiasmo, son un fuego fatuo, sin consistencia, llevan a plegarse sobre uno mismo, y a no cuidar de los otros. La falsa consolación nos deja vacíos, lejos del centro de nuestra existencia. Por eso se debe hacer discernimiento, también cuando uno se siente consolado. Porque la falsa consolación puede convertirse en un peligro, si la buscamos como fin en sí misma, de forma obsesiva, y olvidándonos del Señor.
En la vida de la Madre Cándida
Podemos decir que la consolación es una constante en la Madre Cándida, que coexiste con las dificultades y preocupaciones. Recordamos un momento de consuelo como fue la emisión de los primero votos el 8 de diciembre de 1873. Así nos lo cuenta María Luisa Matamala en el libro «Juanitatxo nos cuenta su vida»:
Llegó el 8 de diciembre. Esta vez no cayó nieve en Salamanca. Y había una ausencia dolorosa en la casa. Faltaba el padre Herranz. La alegría se mostraba un poco empañada, pero nuestro corazón, como entonces, estaba pronto.
Al leer en la fórmula de los votos aquellas palabras de «Prometo pobreza, castidad y obediencia…» me temblaba la voz.
¿Cómo transmitiros lo que experimenté en mi interior? Sentía una alegría profunda por haberle dicho a Dios que sí, por haber respondido a la llamada sentida en mi adolescencia, entre sombras y oscuridades. Ahora, como entonces, Jesús lo era todo para mí.
No penséis que experimenté sólo dulzura. Cipriana Vihuela, aquella joven que se vino conmigo desde Valladolid y que parecía animosa y dispuesta para todo, volvió la vista atrás. En víspera de hacer los votos. le pareció que esto de la obediencia era demasiado duro y nos dejó. De las seis fundadoras de aquel primer 8 de diciembre, faltaba una junto al altar. Había otra ausencia en la casa y un vacío dolorido en mi corazón.
Págs. 61 y 62
¿Y tú?
¿Reconoces en tu camino experiencias de verdadera consolación? ¿Qué situaciones te serenan, te llenan de esperanza, aumentan tu fe y te acercan a los demás? ¿Te pasa que, a veces, confundes la consolación con la alegría superficial que sólo te llena de ti? ¿Acostumbras a leer hacia dónde te mueve la consolación para no dejarte engañar?
Lee y escucha aquí las catequesis completas: La consolación y La consolación verdadera.