Era martes 2 de febrero y la Basílica de San Pedro acogía a los consagrados en su día. Este año la celebración tenía un tinte especial, podían asistir solo un grupo reducido de personas.
Graciela Francovig, nuestra Superiora General, estuvo allí presente, y con ella todas, todo el Cuerpo Congregacional. Sin duda que esta oportunidad de ir presencialmente, participar de la Eucaristía y escuchar la reflexión del papa Francisco ha sido muy alentador.
El papa Francisco habló especialmente a los consagrados y consagradas. Sin embargo, algunos puntos de su reflexión pueden ser compartidos con todo hombre y mujer que intentan vivir su vida en, con y por Cristo, desde su palabra y su Evangelio como opción fundamental de vida.
Traemos un resumen de las palabras de Francisco y te invitamos a que te preguntes qué novedad traen a tu vida. Desde la contemplación del anciano Simeón y la profetisa Ana (Lc. 2, 22-38), resalta la paciencia («recibida de la oración y de la vida de su pueblo») que nos ayuda a mantener la esperanza.
La paciencia es una forma en que Dios responde a nuestra debilidad, para darnos tiempo a cambiar (R. Guardini). Este es el motivo de nuestra esperanza.
La paciencia es la fortaleza de espíritu que nos hace capaces de “llevar el peso”, de soportar: soportar el peso de los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan.
Tres “lugares” en los que la paciencia toma forma concreta:
– En nuestra vida personal. Debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Ésta es la piedra base. Recordar esto nos permite replantear nuestros caminos, revigorizar nuestros sueños sin ceder a la tristeza interior y al desencanto. ¡Huyan de la tristeza interior!
– En la vida comunitaria a veces surgen conflictos y no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación; hay que saber guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad. No hay que dejarse confundir por la tempestad. Necesitamos esta paciencia mutua: soportar, es decir, llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus debilidades y defectos.
– Ante el mundo. Simeón y Ana no se lamentaron de todo aquello que no funcionaba sino que, con paciencia, esperaron la luz en la oscuridad de la historia. Necesitamos esta paciencia para no quedarnos prisioneros de la queja. Oponemos a la paciencia con la que Dios trabaja la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato: ahora o nunca, ahora, ahora, ahora. Y así perdemos aquella virtud, la “pequeña” pero la más hermosa: la esperanza.
La paciencia nos ayuda a mirarnos con misericordia. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere. Y esto se hace con humildad, con simplicidad, sin mucha propaganda, sin gran publicidad.
Te animamos a leer su homilía completa, o descárgala en Word, y que sea palabra de ánimo y consuelo en tu camino.