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María Pedrón, misionera comboniana: “En África el dolor físico es doble”

junio 8, 2017

“Aquí me dedico a sanar el corazón físico”. Son palabras de una mujer que ha hecho de la cardiología su vida. Pero también de una misionera que con su trabajo, su testimonio, sus palabras o su compromiso algo habrá hecho por ese corazón intangible que sufre aunque no duela. Entre consulta y consulta escuchamos a la comboniana italiana María Pedrón, 40 años como misionera en Mozambique.
El periodista y escritor Pedro Sorela en el mes de diciembre de 2016 escribía en Revista 21 que las historias en el mundo no eran demasiadas, y que lo que las hacía diferentes era el enfoque que dábamos a cada uno de esos vivires.
No parafrasearé. Prefiero la cita.
Decía Sorela: “¿Cuántas historias hay en realidad? Por lo menos un par de sabios han dicho que diez… doce… no más. Y si hace la prueba verá que en efecto casi todas o todas las historias se pueden resumir en esas doce, por lo que no queda más opción que contarlas con formas nuevas para que así lo parezcan”.
Con matices, las vidas de los misioneros tienen vaivenes similares en lo sustancial y cambios en lo accesorio. Varían los lugares. Las personas. Las circunstancias. Los paisajes. Pero con un brochazo de trazo grueso podríamos encuadrar las motivaciones a por qué hacerse misionero en no más de una brazada de causas más o menos excéntricas, más o menos ordinarias, más o menos…
Pero casi siempre hay un barril de pólvora. Una mecha que prende. Y bum.
En el caso de María Pedrón, una comboniana italiana –de Padua–, la detonación llegó con retardo. No es raro escuchar de tantos como ella que un día –da igual martes que miércoles o jueves– un misionero pasó por su colegio para dar un testimonio y que ahí algo se removió. María no fue la excepción. Cuesta reconocer en su voz, lenta, a la niña inquieta que estudiaba en un internado para ser profesora. Pero.
La que muchos consideran una palabra traicionera, la del ‘siempre hay un pero’, la palabra que engaña a las apariencias. Pero. Aquí también. En Padua. En la vida de María.
Pero allí donde había un proyecto de profesora “llegó un padre comboniano, no recuerdo su nombre. Aquello se me quedó para siempre adentro”, cuenta María. Y prosigue: “Tanto, que comencé a experimentar una mayor sensibilidad con los demás”. Ingresó en las Misioneras Combonianas con 18 años, aunque tuvo que dejarlo por el primer aviso serio que le dio su salud. Creían que tenía un tumor cerebral, que luego se quedó en una estenosis de la válvula mitral. “Las Combonianas me dijeron que no tenía salud para ser misionera”, cuenta. La misma historia repetida varias veces.

Por Javier Fariñas, sigue leyendo en Mundo Negro

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