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Viaje desde el corazón (IX)

mayo 10, 2020

 

Esta semana ha sido de idas y venidas, en Madrid especialmente, sobre si cambiamos o no de fase, si pasamos de la cero a la una, en este estado de alarma que se ha prolongado hasta el 24 de mayo. Podemos seguir paseando en los horarios y modos establecidos pero permanecemos en la fase cero. Más vale hacerlo con calma.

A nivel personal ha sido una rica semana de conexión interior honda, viajar por dentro en silencio y soledad me revitaliza y me ayuda a pensar y a ordenar sentimientos y vivencias. Y pasear también sola, casi siempre al atardecer me posibilita recoger el día agradeciendo este tiempo que me hace intuir otro distinto pero no tengo prisa, voy saboreando cada una de las jornadas para que nada se desperdicie.

Esta interioridad está poblada de rostros y situaciones muy duras, dolorosas, de mucho sufrimiento y carencias básicas en personas cercanas y lejanas pero que desde el mundo digital se meten en mi casa y cuando cierro el ordenador, al cambiar la escena de la pantalla no se van, sino que se graban en mi corazón, en mi retina, en mis oídos y se hacen parte de mí.

Estoy descubriendo esta fuerza de las conexiones virtuales que tienen buena dosis de realidad, aunque no haya contacto físico; entran y se quedan en la casa-habitación y en el fondo más profundo del yo y pasan a ser un nosotros, o un yo habitado de ese mundo que me pertenece y del cual nada me es ajeno.

Esta semana en Entreculturas, que hace honor a su lema de este tiempo #entreculturascuida, nos ha ofrecido espacios de formación como el de Amazonía; una conexión con el equipo itinerante que se encuentra en Iquitos (Perú) que nos llenó gran emoción al ver personas conocidas del Sínodo y escuchar ahora su situación. Necesidades básicas sin cubrir, a nivel sanitario sin medios, con la paradoja de no tener oxígeno siendo el pulmón del planeta…

Fue una hora de escucha describiendo la dura situación que están viviendo mientras escuchábamos con la respiración contenida; la lejanía inmensa de kilómetros se convierte de pronto en esa proximidad que nos deja el corazón muy conmovido y nos preguntamos qué podemos hacer.

Ellos nos recordaban, como otras veces, “una selva sin la otra no tiene solución”; necesitamos darnos la mano, ser solidarios en la medida de nuestras fuerzas, que esa realidad nos penetre profundamente y sea parte nuestra porque la humanidad doliente, de cerca o de lejos, no puede dejarnos como si nada sucediera.

Mientras tanto en el mapa nacional comienza a dibujarse un escenario diverso, algunas provincias han cambiado de fase, han abierto pequeños parques, los fines de semana hay más vías sin tráfico; se inician preparativos en las iglesias y otros lugares de culto para retomar las celebraciones, pero la vida aún tiene un ritmo bastante particular; nos
cruzamos con las personas pero guardando distancia, casi no nos miramos porque la mascarilla oculta buena parte del rostro, no podemos tocarnos ni siquiera aproximarnos, para comprar los alimentos tenemos que hacer fila -a veces largo tiempo- sin embargo hay rostros amables, trato cordial, delicadeza en respetar los espacios; es como si existiera un pacto no dicho de tratarnos bien para compensar esa falta de naturalidad espontánea.

No sé cuándo volveremos al ritmo anterior. No me gustaría que lo repitiéramos tal cual era. Amo soñar con ese modo de tratarnos delicadamente, de no considerarnos hijas únicas en el mundo sino tomar conciencia de que nuestra humanidad está muy desnivelada y necesitamos redistribuir los bienes para que lleguen a todos los seres humanos. Sueño con que caigamos en la cuenta de cuán frágiles somos, de que se nos grabe profundamente el convencimiento de que la crisis es oportunidad de mayor crecimiento, de ahondar en nuestra riqueza interior, pero también sepamos que no podemos superarla en soledad, necesitamos darnos la mano, cuidarnos para cuidar.

Sueño con que la esperanza sea el manto que nos cubra por dentro y por fuera; que nos permita lucidez crítica para no ignorar la realidad dolorosa pero sin alarmismos ni anuncios agoreros; fortaleciéndonos para permanecer en la oscuridad del túnel confiando que llegará la luz.

Termino copiando los versos de Mario Benedetti muy apropiados para esta situación: 

 
“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo
muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento; aún hay fuego en tu
alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo,
porque ésta es la hora y el mejor comienzo …”

Y por si se nos olvida, Alguien mucho tiempo antes también nos deja su aliento:

“Ánimo, no temáis… yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de mundo…»

María Luisa Berzosa fi
Entrevías – Madrid

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