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“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?”

febrero 5, 2017

Si somos responsables y sinceros con nosotros mismos, nos hará bien reconocer, no sin dolor, que hemos abusado de prepotencia y orgullo histórico, al creernos mejores e incluso superiores a los demás. ‘Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres’, decía el publicano que se creía bueno. O el hijo mayor de la parábola del Hijo pródigo, que se creía cumplidor y superior a su hermano pequeño, por haber gastado toda su herencia en lo que fue su ruina. Este orgullo prepotente, ¿no nos habrá desviado de las directrices del Señor y de la auténtica tradición bíblica, y eclesial?
Miremos con detenimiento lo que está sucediendo en esta gran crisis del inicio del siglo XXI, en la que los miembros de la Iglesia estamos llamados a hacer posible el advenimiento de la profecía, del teólogo Karl Rahner, sobre el siglo XXI, del que dijo que ‘o será místico o no será’. Este domingo, de la mano de la Palabra de Dios, se nos da la oportunidad de detener la mirada y contemplar, la responsabilidad que tenemos cada uno, en la tarea de la renovación de la fe. La Palabra del Señor nos despierta, nos denuncia, nos pone de manifiesto nuestra prepotencia y orgullo, y nos llama a vivir en el silencio activo de las buenas obras. No importa callar, al contrario, el camino purgativo, que nos hace copartícipes de la libertad y la redención de Cristo, favorece la iluminación de la vida, y, partiendo de nuestro pecado, nos traslada a la puerta de entrada del gran silencio. En él está el lugar del reencuentro con la paz, la cordura evangélica, la humildad de vida y un vacío que se torna regenerador y sanador.
La imagen del Redentor maltratado, callado, y en actitud compasiva de perdón, nos devuelve la mirada a lo esencial, y nos aleja de la pelea por el inconsistente y avaro acaparamiento de ‘poderes’ que sólo nos arruina. ‘Jesús callaba’. Impresiona el tenso silencio del Señor cuando arreció la opresión contra Él. Es sano aprender a estar al lado de Jesús, a recorrer su silencio en el camino de la cruz, y con Él recuperar su confianza ilimitada en el Padre. El mismo silencio es para nosotros una oportunidad de conexión con la raíz, el corazón de la Trinidad. Si nos adentramos en él, pronto intuimos y rastreamos, rodeados de nuestra niebla, las pistas que nos conducen a la Fuente.
Isaías 58: “Clamarás al Señor; pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”. Cuando alejes de ti la opresión, ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía”. Parte de tu misión es construir, junto a tus hermanos, un mundo justo y fraterno. Ofrece tu pan y tu paz; trabaja un sentido ético conectado al Evangelio. Aléjate de lo que no es. Sólo así te acercarás a lo que es, al Señor, al que pides ayuda repitiendo: “Aquí estoy”. Él te adentra en un itinerario de conversión. Si no añoras convertirte, no sigas adelante, porque perderás tu sagrado tiempo. Acércate al umbral de la puerta, con ese anhelo de ‘volver a Casa’. Aleja de ti la opresión y ofrece lo tuyo al hambriento. Y brillarás en las tinieblas. El salmo 111: “En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Su corazón está seguro, sin temor. Su caridad dura por siempre.”
No temas. Pablo enseña con entrañable ternura el camino, y hoy dice, en Corintios 2: “Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo”. Este es el camino de los que aman al Señor. Preséntate de nuevo, sin poder, sabiendo dejar a un lado lo que no es. Preséntate con una vida humilde y coherente, silencioso, en la sola compañía de Cristo crucificado, sabiéndote débil y tembloroso. No importa tu debilidad, al contrario, si es preciso haz que callen tus palabras y que hable tu vida. Confía en el que supo callar sin protestas estériles.
Mateo 5: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. ¿No estás cansado de ser pisado por tu inutilidad, tu estéril prepotencia o tu orgullo?, o, ¿porque lo que ofreces de ese modo ya no le sirve a la gente? ¿No es hora de que te adentres en un silencio orante y humilde que te devuelva a lo esencial? Dentro tienes la mejor noticia. Sazona y alumbra este mundo, roto y desnaturalizado, por caminos nuevos. Y deja atrás los lastres históricos que ya no son y te paralizan e inutilizan.
Está todo por vivir y por rehacer. Estás llamado a entrar en la profundidad del dolor de la historia. Y, como el grano de trigo, invitado a morir a lo que no es, y a renacer en lo que es, en este Reino de Dios que crece sin que te des cuenta, y a pesar de tu vida anestesiada. Únete a él.
Antonio García Rubio, párroco del Pilar en Madrid

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