El 2 de febrero tuvo lugar la apertura de la Última Probación en la casa curia de Roma. La última etapa de formación inicial antes de los votos perpetuos.
El grupo de la Última Probación: Anna, Ester, Lucía y Rosa junto con la Instructora Raquel, Magda que colaborará en la traducción y la comunidad de la casa se encontraron en un acto sencillo, entrañable, con aire de familia y emotivo.
El encuentro comenzó con el saludo que nuestra Superiora general, Graciela Francovig FI, envió desde Argentina. Sonia Regina Rosa FI, Consejera responsable de la Formación, continuó con unas palabras de apertura para situar la experiencia. Después de compartir los sentimientos de todas las presentes, terminó animando a:
“hacer este camino de gracia con generosidad y entrega… atentas y abiertas a los movimientos del Espíritu y al paso del Señor en este momento concreto de nuestras vidas, para descubrir lo que él va suscitando, aclarando y confirmando en nuestro camino y vocación de Hijas de Jesús”.
Hablamos con Raquel Amigot sobre su papel como instructora, como acompañante entre lo teórico y lo existencial.
¿Qué significa para ti ser instructora?
Cuando Graciela me lo pide, el primer sentimiento que tuve fue «no», porque eso suponía que durante seis meses tenía que salir de Cuba, de un sitio de mucha necesidad. Escribí una carta explicándolo que dejé en mi ordenador y me fui a dormir. A media noche me desvelé, algo que nunca me pasa, con una pregunta en la cabeza: ¿por qué no? y cuando me desperté, durante la oración de la mañana, me cuestioné por qué Dios me desveló con esa pregunta. Entonces pensé: si yo estoy disponible, lo vivo con tanta pasión en un país como Cuba, en el que ayudo a formar líderes, a ser posibles en su propio país, ¿Cómo voy a decir que no? ¿Cómo no voy a colaborar con el buen servicio de nuestras Constituciones? Puedo ser una hermana que ayude en las dudas existenciales que estas hermanas puedan tener a la hora de hacer la opción definitiva y entonces dije:
El Señor me abrió en disponibilidad para decir Sí.
Además, es el momento oportuno porque ninguna de nosotras tiene que ser imprescindible donde estamos. Es un bien para Cuba y espero ser un bien en la mediación.
¿Cómo lo afrontas?
Lo afronto como un reto, lo vivo como un reto y muy agradecida por la confianza que han depositado en mi. Lo vivo como mediación.
¿Cómo te has preparado para vivir este reto?
He consultado con personas de la Congregación que han tenido la misma responsabilidad que yo para que me dieran claves: qué es importante en este servicio, en este último tramo de formación, dónde debo poner yo el acento.
Me puse en contacto también con Benjamín González Vuelta, un jesuita que estuvo en Cuba y ahora está en Dominicana, para que me diera las claves esenciales desde su experiencia de 11 años como instructor de dónde tenía que poner yo el acento. Me ayudó mucho y me confirmó intuiciones que tenía.
Por el perfil de las junioras también he profundizado en la historia de Vietnam, porque lo que he percibido al salir de nuestra propia cultura es que la historia de nuestros países nos marca mucho más de lo que creemos y son claves culturales muy importantes para interpretar también en los procesos vocacionales. En este sentido tengo la suerte de contar con Magda como traductora. Así que estaré con los sentidos abiertos para comprender lo que viven sin juzgarlo desde mi mentalidad occidental.
¿Qué esperas de este proceso?
Espero ser mediadora. Tengo claro que el que hace la obra es Dios y a mi me encantaría lo que dice San Ignacio: que al menos yo no sea un interferencia para ellas, sino que sea un ayuda para esta etapa, la confirmación de ser Hijas de Jesús.