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Carta a María Moro FI

abril 3, 2016

Abril 2016 – Pascua de Resurrección

Querida María:
Esta mañana me he descubierto en el impulso de coger el teléfono para charlar un rato contigo como tantas veces hemos hecho en este último tiempo. Así que he pensado que era el momento de pasar un rato contigo y hacer memoria del tramo del camino que se nos concedió transitar juntas.
Sabes que estas letras no son una despedida. Ya nos pudimos despedir el pasado octubre cuando nos encontrarnos en Salamanca. Un día en el que tanto gozamos y disfrutamos al volvernos a encontrar después de unos meses sin vernos. Las dos éramos conscientes de que probablemente ésa sería la última vez que nos encontrásemos físicamente y nos hicimos el regalo de dedicarnos una mañana compartiendo el paso de Dios por nuestras vidas en ese momento y agradeciendo todo lo vivido.
Lo que realmente me mueve a escribir es la certeza de haber sido testigo en tu persona de lo que el Señor es capaz de hacer en su criatura cuándo ésta se deja y abandona en sus manos. Y por eso María, permíteme que comparta con quien quiera leer y le pueda ayudar, una parte de lo que tu vida y tu persona han sido.
En el tiempo en el que te tocó afrontar la enfermedad y en el modo cómo lo hacías, sabes que te he repetido muchas veces que en tu vida vivía la certeza de la expresión de que “nada se improvisa en esta vida”. Los dos tramos del camino de la vida distanciados en el tiempo que compartimos así me lo hacen ver.

Vivimos juntas en Salamanca cuando yo hacía el noviciado y tú formabas parte de la comunidad formadora, envío que compaginabas con el acompañar a tu padre y tu hermana Teresa en el pueblo. Habías venido de Roma dos años antes y lejos de mostrar pena y tristeza por lo que supuso dejar por un tiempo la tierra italiana a la que tanto querías, aceptaste con alegría y disponibilidad el querer de Dios que se manifestaba en el paso decreciente de tu padre. Ibas y venías al pueblo los fines de semana, participabas en la vida diaria del noviciado como una más y tenías la capacidad de estar de corazón allí donde en ese momento creías que tenías que estar. La diferencia de edad con las novicias y el haber vivido un estilo de vida religiosa diferente al nuestro, nunca fue obstáculo para que sintiéramos tu cercanía respetuosa por lo que cada una vivía. Sabías acercarte a cada una desde lo que éramos, siempre acogiendo y sin juzgar nada de lo que hacíamos o decíamos. Para muchas de nosotras fuiste María, con tu vida, el testimonio de la verdadera Hija de Jesús que todas nos sentíamos invitadas a ser y que nos había llevado hasta allí.
La disponibilidad nos llevó a vivir juntas de nuevo en Sevilla. A tus 79 años y cuando todo apuntaba a pensar que llegaba el momento del júbilo después de muchas etapas de entrega, recibes el envío de cruzar la geografía española de norte a sur para reforzar la comunidad y colaborar en las necesidades de la Obra Educativa de Sevilla. Las que en ese momento convivíamos contigo, somos testigo del esfuerzo que te supuso hacerte a una realidad cultural y contexto diferente del que hasta ese momento habías vivido. Tu deseo de colaborar, ayudar y amar… pronto hicieron que comenzáramos a escucharte lo contenta que estabas, de vivirte en un momento pleno y feliz de tu vida. En la comunidad aportabas tu siempre saber estar, tu palabra y gesto oportuno, el ser vínculo de unión de unas con otras y tu experiencia de Dios. Sabías valorar continuamente lo que cada una éramos y lo positivo de toda situación que podíamos vivir.
Estos días también, María, con gozo y agradecimiento, escuchamos el testimonio de mucha gente a la que le hiciste tanto bien desde tu servicio alegre y generoso en la portería del Colegio. Y cuando más gozabas de la vida comunitaria y del servicio apostólico, te tocó identificarte con Jesús despojado a través de la enfermedad. De nuevo María, fuimos testigos de tu capacidad para acoger con sencillez y coherencia el querer de Dios desde los acontecimientos que descolocan y nos hacen cambiar de planes… Muchos motivos tenías para que la enfermedad te hubiera parado; sin embargo, en esas circunstancias supiste salir de ti y estar pendiente de los demás y preocupada porque la gente a la que querías no sufriera por ti.
Tú misma, María, has compartido con muchas de nosotras que los dos años de enfermedad fueron para ti un proceso de ir acogiendo con serenidad el encuentro definitivo con el Señor hasta expresar que estabas preparada, tranquila, sin miedos…
En nuestro último encuentro me decías que a ti siempre te había sostenido en los momentos de dificultad y debilidad de tu vida las palabras del Señor: “No temas, yo estoy contigo” y que siempre habías deseado que eso fuera una realidad en tu vida. Soy testigo de cómo los ojos se te llenaban de vida plena y sacabas una de tus mejores sonrisas al decirme que experimentabas que se hacían verdad en ti esas Palabras del Evangelio, que no tenías miedo a la muerte y que experimentabas que el Señor estaba contigo.
Bueno Marieta, ¡ya llegaste! Estoy segura de que habrás agradecido el abrazo cariñoso del Padre al encontrarte con Él. Hoy ya vives la Vida en plenitud sin dolores ni sufrimientos. A los que notamos el hueco de tu ausencia nos consuela saber que ya formas parte de la nube de testigos que nos preceden, que sigues cuidándonos e intercediendo por nosotros y que el día que lleguemos al encuentro definitivo con Él serás una de las primeras personas con las que nos encontremos, porque estarás en la portería del cielo acogiendo con tu alegre sonrisa a todos los que vayamos pasando al regazo del Padre.
¡Gracias por dejarte hacer en el ser Hija acogiendo el acontecer de la vida y Hermana de todos los que compartieron un tramo de la Vida contigo!

Un beso,

María del Mar Domínguez FI

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