Anna-Ma. Cinco, F.I.
“No me agrada que pases tiempo pensando que eres pobre y que no podrás ir adelante. Qué, ¿no sabía yo que tú no tenías riquezas y bienes del mundo? Sí, lo sabía, y sé a quien escogí y por qué la escogí. Quien te dio el deseo, te dará el poder y gracia, si eres fiel a mi llamamiento, y palparán que la obra es mía y no de los hombres.”
Encontramos estas palabras en los apuntes espirituales de la Santa Cándida María de Jesús. Parecen ser una suave reprimenda del Señor a la joven, anteriormente una sirvienta doméstica acostumbrada a recibir órdenes y ahora llamada a dar órdenes como fundadora. Una mujer con escasos recursos materiales llamada a “fundar una Congregación con el título de Hijas de Jesús dedicada a la salvación de las almas, por el medio de la educación e instrucción de la niñez y la juventud”. Una joven bautizada como Juana Josefa, que en aquel momento fue llamada a cambiar su nombre a Cándida María de Jesús, un nombre cuya primera palabra la rechazó porque le recordaba el nombre de un borracho en su pueblo. Una reacción representada por sus propias palabras, «María de Jesús sí, pero Cándida no».
Ni siquiera puedo empezar a concebir los pensamientos y sentimientos que deben haber llegado a esta joven llamada a renunciar a su nombre, a sus hábitos, a sus fuentes de seguridad, a sus temores e incertidumbres, etc., uno podría pensar, llamada a renunciar su misma identidad.
Pero su identidad más profunda estaba arraigada en ser una hija de Dios muy amada por Él, junto con Sus otros hijos, y protegida y guiada por María Inmaculada — Hija de Jesús.
Y así, a lo largo de los años, imagino, el regreso constante a esta identidad más profunda la fortalecería y la alentaría a continuar respondiendo así a esa llamada ante el altar del Rosarillo. Treinta y tres años después de haber fundado la Congregación, ya en la última decada de su vida, afirmaba, “¡Cuán cierto es que Jesús no abandona a estas sus pobres e indignas hijas!”
Así también, me doy cuenta, estoy llamada a deshacerme de todas las fuentes falsas de seguridad a las que me aferro tan obstinadamente, todas esas cosas que juré abandonar, asumiendo la pobreza, la castidad, la obediencia y la disponibilidad, y a poner toda mi esperanza en Dios en quien pueda confiar para que me acompañe y fortalezca con Su gracia.
Es un camino prolongado y difícil a lo largo del cual, debo admitir, frecuentemente tropiezo y cedo a mi egoísmo. Pero también es un camino lleno de gozo y paz, porque Su paciencia, perdón y amor me acompañan, si cedo ante Él. Casi puedo oir a la madre Cándida diciendo: “Firme, hija mía, y alegre; está Dios con nosotras; esto nos basta, y no queremos más.”
Y así sigo caminando con Su gracia, poniendo toda mi esperanza en Él, y esperando ese momento, cuando, como la Madre Cándida, como criatura frente a mi Creador, pueda describir con alegría mi estado de ser como “tranquilísimamente tranquila”, habiendo tenido el tremendo privilegio de compartir y experimentar la belleza y la gracia de su llamada en el Rosarillo. Gracias, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Gracias, María Inmaculada. Gracias, Madre Cándida, pide por todos nosotros en esta tu Familia.