Sínodo de la Sinodalidad, con tres acentos muy significativos: Participación, Comunión, Misión, estamos participando en un proceso que nos afecta como iglesia y para el cual hemos recibido una invitación universal.
Todas las personas bautizadas que nos sentimos miembros activos de la iglesia como aquellas que se sienten alejadas o incluso quienes no tienen una fe cristiana ni se sienten dentro de la iglesia católica, podemos participar, es decir, dar nuestra palabra, nuestras aportaciones, nuestras sugerencias, en este camino que ha tenido varias etapas.
Una primera ha sido la diocesana. Una segunda a nivel continental y nos abocamos a una etapa universal, que es un capítulo importante y nos abre a otro evento en octubre 2024.
Está siendo muy significativa la participación, con trabajos miy bien hechos, de grupos que consideramos en los márgenes de la iglesia, a quienes no hemos dejado entrar o nuestro trato ha sido con ellos de tal manera, que les hemos obligado a salir.
Es una buena noticia saber que se han abierto las puertas de la iglesia y que ella “cabemos todos, todos, todos”, como nos dijo el Papa Francisco en la JMJ de agosto pasado. Esos grupos deben ser re-conocidos y por tanto nombrados para ser acogidos: divorciados y vueltos a casar, colectivos LGTBI+, sacerdotes secularizados, diversos núcleos familiares, encarcelados, intelectuales, mujeres, enfermos electro-sensibles…
Y esta acogida debe darse a todos los niveles, desde el Papa, los cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, pero también de cada persona que nos sentimos parte de la iglesia; todos en el centro, nadie en los márgenes y es que la persona es lo sagradamente importante.
El único referente es Jesús y su evangelio: siempre acoge, perdona, incluye, se acerca, toca, va más allá de la ley, todo y siempre para salvar-sanar a la persona que acude a Él. Todas llegan destruidas y todas vuelven a casa recuperadas, comenzando una etapa nueva. Jesús siempre nos ofrece una oportunidad para cambiar ruta.
Deseamos vivamente en nuestro corazón que nuestra iglesia sinodal sea así: lugar seguro, refugio cálido, manos que sostienen, abrazos que hacen fiesta cuando volvemos a ella. Pero esto no se puede hacer sin una conversión personal, sin acudir al Espíritu quien es capaz de cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne,
Nos ayudan nuestras comunidades, no podemos vivir la fe en solitario, nos impulsan al compromiso y nos mantienen y alientan en la esperanza de un futuro mejor, de una iglesia más parecida a la que Dios sueña.
Vivimos un momento apasionante, una oportunidad histórica, no la dejemos pasar. Soñemos en grande; ya hay brotes verdes, quizá nuestros ojos no están limpios y por eso no los vemos, pero existen y van empujando a una iglesia Pueblo de Dios, comunidad de comunidades, que ensancha el espacio de su tienda para que todos podamos entrar.
Con nuestro nombre y apellido, sin títulos, sin ropajes, sin boatos, sin signos ininteligibles, sino cercanos a la gente que nos rodea.
Es ahora el momento. Abramos los ojos y oídos del corazón. No dejemos pasar al Espíritu que está a nuestro lado como brisa suave, como viento que limpia y empuja. Podremos ser así la iglesia de Jesús, que ella sea puente y camino para llevarnos a Él en todo momento, no se convierta en meta.
Me permito terminar con unos versos del poeta español Antonio Machado:
“Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde. Ahora”.
María Luisa Berzosa FI. Roma