«Dios Padre se revela por medio de la encarnación de su propio Hijo y lo hace en debilidad y pobreza.
Nos envía a su Hijo único que “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8, 9)»
(CG XVIII. 8)
Queridas hermanas y hermanos: queremos vivir con todos vosotros la Navidad, la vida que surge de la fe en Dios que “por mí se ha hecho hombre…” (EE. 104).
Ante el pesebre quizá sea el silencio la mejor palabra. Que nuestro silencio sea expresión de un sentirnos desbordados por la gracia. Un silencio que es camino abierto para acoger el paso de Dios. En estos días, como Hijas de Jesús, como Familia de la M. Cándida, demos espacio y tiempo al silencio de la contemplación de este “misterio”. Como dice el Papa Francisco: “La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”. [1]
En la contemplación del misterio de Navidad, puede darse un intercambio de silencios, ante un hecho al que no podemos acostumbrarnos: Dios se hace hombre. Nos hace capaces de Él, capaces de Dios, y nos humaniza, saca de nosotros lo mejor de nosotros mismos cuando somos capaces de acogerle y darnos como Él se da. Precisamente la pobreza evangélica, a la que hoy somos llamadas las Hijas de Jesús, nos permite “ser respuesta al grito de este mundo que está pidiendo lo mejor de nosotras mismas” (CG XVIII, 7). La sabiduría que ahí se encierra se brinda también a los laicos.
Recientemente escuchábamos cómo el Sínodo de la Amazonia reflejaba la iniciativa de traer al centro lo que está en la periferia: “Este sínodo tiene el coraje de tomar una periferia existencial y traerla al centro, darle el micrófono, valorarla. La periferia tiene aquí su voz mayoritaria. El centro no manda a la periferia, está al servicio de la periferia de la Iglesia, de la pastoral. La pastoral ha de responder a la realidad, a sus concreciones”.[2]
Quisiéramos hacer nuestra esta dinámica cada día: la de caminar con todos, para lo cual es imprescindible aminorar el paso; la de servir a las periferias trayéndolas al centro de nuestra vida; la de conceder la palabra al otro para, en silencio receptivo, acogerla en disponibilidad; la de colaborar al bien común cuando nadie lo va a ver, y menos aún a valorar –una y otra vez- ; son muchos los gestos que podemos hacer para colaborar con el bienestar de los demás, del planeta, “aún estamos a tiempo”…
Es la dinámica de quien está “en salida”, de quien sale “del propio amor, querer e interés”. El primero que sale es el mismo Dios. Él es la fuente de nuestra alegría, de nuestra esperanza. Por eso celebramos estos días. Es Él quien alienta nuestras vidas, nos llama a “reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 23) y a ser colaboradoras y colaboradores suyos.
Pidamos para todos que, al contemplarle, vaya transformando nuestras vidas, de modo que nuestra presencia en el mundo sea más “su presencia”.
Con afecto fraterno, ¡feliz Navidad!
Graciela, Thelma, Teresa, Yajaira, Sonia, Mª Teresa y Ana
Roma, diciembre 2019
[1] Carta apostólica Admirabile signum, 1
[2] D. Rossano Sala SDB. “Sinodalidad misionera”. Familias carismáticas 2019