Queridas Hermanas, Hijas de Jesús, y laicas y laicos con quienes compartimos tanto:
En el camino de seguimiento a Jesús que abrió la M. Cándida nos hemos encontrado con Mª Antonia Bandrés, ‘Antoñita’. Felicidades porque nos unimos para celebrar su fiesta y dejar que el mismo Señor sea aliento en nuestro avance.
Felicidades a los más jóvenes de nuestro entorno porque ella fue siempre joven. A las Hijas de Jesús “en el inicio de la formación permanente”, porque sus veintiún años nos hablan de una plenitud que la edad no da automáticamente.
Posiblemente podemos descubrir en Antoñita, en el modo de vivir “su santidad” en un contexto sociocultural tan diferente al nuestro, mucho más de lo que pudiéramos creer.
“Es preciso llegar a la cumbre”, decía ella; o también, “me esforzaré por hacer las cosas ordinarias extraordinariamente y diré en cada ocasión, `Jesús mío, por tu amor´”. En estas expresiones pueden resonarnos las primeras palabras que el Papa Francisco escribe sobre la santidad: “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”, “a cada uno de nosotros el Señor nos eligió `para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor´”. ¿Qué me pide Dios a mí? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¿Dónde, cómo, te quieres encontrar conmigo hoy?
También en este momento Dios ha entrado en nuestra dinámica, lo palpamos según pasan los días en las iniciativas vecinales más sencillas y en aquellas otras que hacen presente con toda su fuerza la dignidad humana. Podríamos dedicar unos minutos de este día de la fiesta de Antoñita a descubrir los signos de la presencia del Espíritu que podemos captar en nuestro entorno, como comunidad religiosa, o familiar, o vecinal, como “comunidad humana”. “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes”, “aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo»”: verifiquémoslo, animará nuestra gratitud y también nos movilizará a ser don para los demás.
Antoñita se fue dejando trabajar por Dios y fue aprendiendo a poner la propia sensibilidad a su servicio. Podía tratarse de los pobres que encontraba en el pueblo, o de las obreras de la fábrica, o de las empleadas domésticas, o de una discordia que surgía en casa.
Agradecemos la trayectoria de Antoñita y “la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”, “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”, en los empleados públicos que tanto hacen por nosotros estos días y en tanto don que no deja de serlo por el hecho de no ser descubierto o aplaudido.
Pidamos en este día ser dóciles a la acción de Dios y su luz para que cada uno “discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él”.