Queridas hermanas, laicos, amigos, familia:
En estos días celebramos la venida del Señor, que Dios viene y nos trae su consuelo. Como Iglesia viviremos el Jubileo «Peregrinos de la esperanza» y las Hijas de Jesús nos disponemos para la próxima Congregación General.
En Navidad celebramos que nuestro Dios se encarna e ingresa en nuestra historia hecho niño y envuelto en pañales. Desearnos una feliz Navidad es invitarnos a mirar el mundo con el corazón de Dios. Gesto decisivo de la Trinidad en su Encarnación, que nos desvela su lógica: desde abajo, pequeño y frágil, manso y humilde, entre los pobres. Así son las cosas de Dios, nos maravillan y enternecen. Con su gracia, nos convierten, cambian la mirada, abren caminos de nuevas oportunidades para sus hijos [1].
Detenernos ante el misterio de Belén en nuestro contexto histórico, tan incierto por tantas guerras abiertas, suscita en nosotros perplejidad y ojalá que una honda actitud de silencio. Silencio ante este Dios que quiere aprender de nosotros a ser humano y, a la vez, nos quiere comunicar que somos HIJOS DE UN PADRE que nos ama. Silencio ante una realidad que duele y sobrecoge y en la que imploramos a la Trinidad que nos enseñe a vivir en unidad, a vincularnos respetando las diferencias y, en ellas, a mantenernos unidos, no enfrentados. Dios se hace uno de nosotros, amor humilde que acontece en el tiempo para sanar el tiempo, para sanar nuestras heridas, nuestras relaciones y el sentido que damos a nuestras vidas.
Con nuestros mejores deseos para la Navidad, les invitamos a hacer silencio y mirar a este mundo, a sentirlo, a escuchar sus voces, lo que pasa aquí y allá. El silencio nos permitirá salir de nosotros mismos y escuchar a los demás, acoger la realidad, sufrir con ella, escuchar y dejarnos afectar por el “hagamos redención del género humano”. Entonces será posible la vida que solo el Príncipe de la Paz puede dar.
Acerquémonos humildemente al pesebre y pidamos al Niño que traiga paz a nuestras vidas, que traiga reconciliación a nuestros corazones, que nos anime a vivir la pobreza que Él vivió para enriquecer a otros, que dejemos que nazca la esperanza, sin la que ninguna vida puede tener horizonte y sentido. Pidamos encarnar nosotros los valores que humanizan y él vivió hasta el final.
En esta Navidad, al acercarnos al pesebre y contemplar al niño, la Palabra hecha silencio, dispongamos nuestros corazones para la próxima Congregación General XIX. Recibamos los dones que desea brindarnos, de paz, confianza, esperanza, alegría, unión fraterna, de no desear primeros lugares porque Él se hizo el último y ¡nosotras queremos ser como El!
Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto. Como los pastores, vayamos también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que se hace hombre para nuestra salvación. Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud.[2]
Terminamos con aquella felicitación de Santa Cándida:
“Deseo que pasen muy felices Pascuas, que el Niño Jesús nazca en nuestros corazones y nos comunique su profunda humildad y mansedumbre”.
(CMF n. 200, Salamanca, 14 de diciembre de 1900)
Felicitación de Navidad del Gobierno general de las Hijas de Jesús
[1] Liliana Franco Echeverri, Novena de Navidad. Año 2024
[2] Papa Francisco. Navidad 2022