“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”. Jn 12
De esto dice Judas, es un derroche, y responde Jesús, “Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”.
Y, antes de su sepultura, Él, que ha recibido ese gesto, se pone a hacer lo mismo. No lo hace con nardo ni lo seca con su cabellera, pero sí dice que hacer esto es lo propio de sus discípulos.
Él lo ha recibido y Él lo realiza.
Ahora es Pedro quien reacciona: “Señor, ¿lavarme tú los pies a mí?” o “No me lavarás los pies jamás”. Quiere al Maestro pero no ha terminado de entender su estilo de vida. Y Jesús le dice que quien no se deja lavar los pies no tiene parte con Él.
El mismo Jesús que se ha puesto a la cola de los pecadores como si fuera un pecador para dejarse bautizar, el que dice que tenemos que hacer como el maestro, también se ha dejado ungir los pies. Lo que le dice a Pedro es lo que él mismo ha vivido. Porque se deja servir, no se pone por encima de los demás ni siquiera cuando nos salva.
¿Cuándo fue la última vez que te dejaste lavar los pies?