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Preparando el día 8

diciembre 5, 2024

El marco de la celebración de este 8 de diciembre es, para las Hijas de Jesús, la preparación de la Congregación General XIX (CG XIX). En la Etapa I, cuando iniciamos el camino, se nos hacía una pregunta: ¿Qué queremos reconocer y honrar?

En vísperas de la Inmaculada, aniversario del nacimiento de la Congregación, reconocemos y honramos a la Madre Cándida con el agradecimiento que María del Carmen de Frías, postuladora de su causa de canonización, recogió al final del libro «Donde Dios te llame».

Es un texto para saborear, para orar, para dejar que nos inspire el camino que el Señor nos invita a recorrer hoy para tener más vida honrando la herencia recibida. ¿Vamos? ¿Qué contestaremos cuando el Señor nos muestre el camino bueno? (Jer 6,16)

Termina así el libro Carmen de Frías:

¿Te acuerdas, Madre? En un día 7 de diciembre ibas camino de Salamanca. El P. Herranz iba contigo. Descansabas en la seguridad que a ti y a tus primeras compañeras él os daba. Allí ibas a encontrar tierra fecunda para la siembra y personas que te ayudarían a abonarla, con apoyos unas, con zancadillas y disgustos otras. Pero nada de aquello llegó a arredrarte porque llevabas el corazón abierto a todo.

Algunas señalan en ti un defecto: te rebajabas demasiado. Servías a la mesa, fregabas la loza. Pero tú lo hacías por animarlas algunas veces, y otras, por devoción, como en las vísperas del Viernes Santo y de la Inmaculada. A veces era para suplir a quien no podía hacerlo y siempre para dar buen ejemplo a todas.

Por todo eso, ¡gracias, Madre!

De tu fe brotaba aquella frase:

Somos Hijas de Jesús y nuestro Padre, que cuida de los pájaros del campo, no nos abandonará.

Con segura esperanza en Dios, decías a tus consejeras:

Está puesta en las manos de Dios nuestra causa. Somos Hijas de Jesús. Él nos defenderá de todo mal. Esta es nuestra esperanza y no quedaremos confundidas.

Tu caridad heroica, tu amor y reconocimiento para con Dios te llevó a exclamar:

Verdaderamente que ha sido una gracia grande que hayamos sido aprobadas en unos tiempos tan calamitosos como los que atravesamos y tan pronto y definitivamente. ¡Qué bueno es Dios que tanto nos ama!

Y de tu profundo amor a Dios brotaba el deseo de que tus hijas viviéramos así la gratitud:

Seamos muy agradecidas siendo fieles y verdaderas Hijas de Jesús.

Porque aparecías segura en tus juicios, imparcial en tus determinaciones, discreta en tu modo de proceder, te pedían consejo las de casa y los de fuera, que intuían en ti la virtud sobrenatural de la prudencia. Esto te decía en una carta doña Hermitas:

Crea usted, mi querida hija, que me hace mucha falta, y si tuviese la dicha de ver a usted, la diría todo lo que siente mi corazón y oiría su consejo, para mí de tanto valor.

Dicen también que eras justa con Dios. A Él le dabas el culto debido y eras delicada y exactísima en su servicio. Y justa con los hombres. En eso que hoy llamamos «justicia social» y «universalismo», que actúa siempre en favor de los excluidos, te adelantaste en el tiempo y en tus escuelas, como en tu corazón, hubo desde el primer día sitio para todos.

El P. Herranz, que había proyectado contigo la obra, escribió a otro jesuita amigo suyo, cuando la Congregación era recién nacida, que las Hijas de Jesús eran

para enseñar internas y externas, ricas y pobres, aquí y allí…

Un testigo de tu vida ha dejado escrita de ti esta alabanza, que habla de tu profundo respeto a las personas:

La madre Cándida trataba a los altos sin bajeza y a los bajos sin altanería.

Tu fortaleza heroica la resumió un obispo en esta frase:

Las he probado mucho, sobre todo a la madre Cándida, y he visto que buscan a Cristo Crucificado.

La abnegación continua de todo y de ti misma, que fue el clima de tu vida, te fue adentrando cada vez más en la unión con Dios y lograste así una verdadera disponibilidad para todo lo que Él te fue pidiendo en tu misión de fundadora.

Se cimentó tu humildad en las muchas humillaciones, que es donde mejor madura y crece, y decías cuando te alababan que te parecía que se burlaban de ti, porque en tu sencillez y desprendimiento no tenían cabida los elogios.

Sufriste con alegría la pobreza, que fue compañera inseparable de tu vida, y en la obediencia uniste la tuya plenamente a la voluntad de Dios, que iba marcándote el camino.

Y todo esto, con María, a quien rezabas así desde tu corazón entregado:

Y pues que me veis tan sola en la empresa comenzada, sed mi dulce ayudadora, no me dejéis, Madre Amada.

Gracias, Señor, por este camino abierto en la Iglesia un 8 de diciembre. Gracias a las Hijas de Jesús que te han servido en él. A las que seguimos caminando, danos la gracia de honrar la herencia que hemos recibido siendo fieles a nuestro hoy.

María del Carmen de Frías, FIDel libro «Donde Dios te llame». Págs. 365-367.

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