En este camino por el tiempo ordinario de esperanza, seguimos profundizando en los sentidos que nos ayudan a vivir lo cotidiano con hondura. Empezamos, con el sentido del oído, reconociendo que “la esperanza canta”, ahora nos detenemos en el sentido del olfato. El olfato es un sentido básico y primario, y al mismo tiempo profundamente ligado a la memoria y a las emociones.
El olfato conecta directamente con lo más hondo de nuestra experiencia: un aroma puede transportarnos a la infancia, despertar ternura, evocar un recuerdo de familia o revivir un momento de fe. Es un sentido que toca el corazón sin pasar por demasiados filtros, porque su información se conecta directamente con el sistema límbico y el hipocampo del cerebro, zonas encargadas de las emociones y la memoria, sin pasar por el tálamo. Esta conexión directa permite que los olores evoquen recuerdos intensos y sentimientos poderosos, actuando como un ancla para la memoria autobiográfica.
Las “fragancias” de nuestra vida
En nuestra vida, convivimos con olores que buscamos y disfrutamos: el olor del pan recién hecho, de la tierra mojada, de las flores que brotan, de un lugar limpio y acogedor. Pero hay otros que evitamos: basura, cloacas, falta de higiene, podredumbre…Todos forman parte de la realidad y a veces de la cotidianidad.
Al tomar contacto con ellos, inevitablemente nos llevan a tomar postura: ¿qué hacemos con lo que nos resulta desagradable? ¿Lo rechazamos, nos apartamos, o intentamos transformarlo? Nos da esperanza ver a tantas personas que, más allá de los olores que repelen o que atraen, se acercan con humanidad y ternura a quienes y a las situaciones, para dignificarlas, acompañarlas y devolverles fragancia de vida.
En ese sentido, el fin de semana pasado la Iglesia celebró un acontecimiento que nos habla de fragancia de vida y de esperanza. Un grupo de cristianos LGTBI+ y sus familias participaron en el jubileo de la esperanza, un gesto eclesial que recuerda que todos tenemos un lugar en la comunidad y que la misión de la Iglesia es asegurarse de ser cada vez más inclusiva y abierta, capaz de acoger con respeto y ternura a cada persona. Ese Jubileo muy especial dejó un aroma de fraternidad y de Evangelio, fue acompañada muy de cerca por Ma. Luisa Berzosa, Hija de Jesús, y comparte su experiencia.
El «olor a santidad»
Por otro lado, el 7 de septiembre, hemos celebrado la canonización de Carlo Acutis y de Pier Giorgio Frassati, dos jóvenes que en épocas distintas dejaron un aroma de vida fresca y esperanzadora.
En la tradición cristiana hablamos del “olor a santidad”, una expresión que no se refiere sólo a un aroma físico, sino a la experiencia de quienes viven tan unidos a Dios que dejan tras de sí una fragancia espiritual: la bondad, la alegría, la entrega generosa, el amor que se comparte. Es la vida que huele a Evangelio.
San Carlo Acutis, conocido ya como “el influencer de Dios”, con su pasión por la Eucaristía y la creatividad de usar la tecnología para evangelizar, y San Pier Giorgio, con su compromiso alegre en la amistad, el servicio y la justicia, son testigos de que seguir a Jesús contagia un aroma de esperanza.
Al igual que otros; como bien lo recordaba el Papa León XIV:
“¡Y cuántos otros santos y santas podríamos recordar! A veces nosotros los representamos como grandes personajes, olvidando que para ellos todo comenzó cuando, aún jóvenes, respondieron “sí” a Dios y se entregaron a Él plenamente, sin guardar nada para sí” (Homilía completa)
Ambos transmiten que la santidad no es algo lejano ni reservado a unos pocos, sino un camino accesible y ellos se convierten en modelo de vida para nosotros. En Carlo reconocemos la sencillez, la alegría y la fe vivida en lo cotidiano; en Pier Giorgio, la fuerza de unir fe, amistad y compromiso social.
Preguntas para profundizar en este tiempo ordinario de esperanza…
- ¿Qué aromas me conectan con la esperanza y la presencia de Dios en mi vida?
- ¿Qué “olor a santidad” reconozco en las personas que me rodean?
- ¿Qué fragancia quiero que mi vida deje en quienes me encuentren?