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4º Domingo de Adviento: «Que bien sé yo la fuente…»

diciembre 20, 2020

Entramos en la última semana de Adviento y lo hacemos de la mano de rey David y de María. Ambos tienen sus planes pero Dios necesita otra cosa: el templo que quiere construirle el rey, lo llevará a cabo su hijo Salomón; María pasará de ser la esposa de José a la madre del Emmanuel, del Dios con nosotros. Dios es así y nos pide, no solo que seamos buenos, sino que seamos y hagamos su voluntad. ¿Cómo descubrirla?

El Módulo 4 de la formación en Líderes para una vida consagrada en un mundo en gestación, de las uniones de religiosas y religiosos UISG USG vuelve a ser luz en nuestro camino a la Navidad. El tema tiene como título un verso de un poema de San Juan de la Cruz:

“Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche”.

Como siempre, os dejamos algunas notas que pueden ayudar para seguir el vídeo.

En este módulo vamos a preguntarnos cómo la experiencia de Dios transforma nuestra experiencia de liderazgo y de nuestra vida organizacional. Como líder, ¿vives o sobrevives?

El Dios vivo es fuente que mana y corre en toda experiencia, que la baña, la limpia, la fecunda, que la limpia, la purifica, la riega. Este aspecto de la experiencia del Dios vivo es esencial en nuestra vida de liderazgo y en nuestra vida organizacional porque cuando somos capaces de vivir conscientemente desde nuestra conexión con la fuente, allí encontramos los recursos mejores para la transformación, ya que precisamente estamos trabajando desde la fuente creativa de la experiencia. Es conectarnos a la fuente de la creatividad.

Vamos a recorrer las cuatro esferas de la experiencia (persona, contexto, sistema y experiencia del Dios vivo) para ver cómo la experiencia de Dios transforma la manera como asumo mi rol de liderazgo.

La experiencia de ser una persona. Lo primero que define a una persona es el deseo. Sin deseo no podemos vivir. Sabemos que ese deseo que está en nuestros genes a veces puede llevarnos a actitudes o decisiones que no son coherentes con el Dios de la vida. ¿Qué ocurre cuando la persona con estos deseos se encuentra con el Dios de la vida? Ocurre que el deseo se transforma en anhelo o en aspiración. Es aspirar a algo más, a algo que nos transciende. Hasta puede llevarnos a renunciar a esos deseos que son los más legítimos. ¿Qué parte de mi anhelo está transformando ya mi liderazgo, me está llamando a transcender el límite de mi persona, de mis egos personales?

Somos parte de un contexto y en el contexto están los recursos. ¿Cuál es nuestra cosmovisión del contexto? Cuando la persona que es parte de un contexto vive la experiencia de encuentro con el Dios vivo nace la experiencia de interconexión, de que todo está relacionado, que todos nos necesitamos mutuamente. Nos hace relacionarnos con el contexto de una manera transformada. El encuentro con el Dios vivo nos lleva a liderar en clave de la liturgia de la abundancia. ¿Qué mito alimentamos? ¿El de la escasez? Dios transforma los recursos en interconexión, en puesta en común, en confianza, en futuro.

Formamos parte de un sistema que comparte un propósito común. Es importante ver cómo se articula el sistema y el contexto. Los sistemas solo viven cuando hay una necesidad en un contexto. Nuestras congregaciones nacieron de un contexto determinado que gritaba. El propósito siempre está más allá del sistema, es la forma en que una organización entiende su respuesta a un contexto. Los sistemas que tienen un sentido fuerte de propósito, en los contextos más duros, florecen.

El propósito de la organización proporciona una ética para el trabajo colaborativo más allá de los egos y deseos individuales.  En nuestro rol de liderazgo, apropiarse del propósito es vital. Desde la experiencia de encuentro con el Dios vivo, ocurre la responsabilidad, la rendición de cuentas. Pero no como algo impuesto desde fuera, como algo que se nos exige, sino con un sentido fuerte de la responsabilidad que tiene varias facetas: de cara a la organización, a Dios, al contexto, a mí misma, a mi conciencia. 

Esa fuente que mana  y corre transforma todas las esferas de experiencia en nuestras vidas y el liderazgo lo ejercemos en ese marco. Todo necesita estar empapado y transformado por la experiencia del Dios vivo. El rol del liderazgo es algo muy dinámico, creativo, discernido, evolutivo. No te lo va a dar una descripción de tarea, aunque la necesites, es como una creación desde tu ser. Es una decisión de acción en el momento presente desde toda esta complejidad y riqueza que es tu experiencia. Gráficamente, el rol se presenta como el entrecruce de todas estas esferas de experiencias transformadas por la experiencia del Dios vivo. El rol es acción y comportamiento al servicio del propósito del sistema. Es intencional, discernido, dinámico, contextual, creativo, evolutivo, adaptativo. No es de extrañar que sea así porque nace desde un discernimiento: ¿Qué estoy llamada a hacer? ¿Qué estoy llamada a ser…? …en este momento, en esta situación, con este grupo, con esta persona, en este país, con esta cultura.

Todo esto es cambiante, el sistema cambia, es vivo. El rol discernido en esa experiencia cambiante, dinámica. Es otra cosa que una descripción de tareas. Si no tenemos claro qué tenemos que hacer, tampoco lo tendremos aunque nos lo den escrito. Ante una situación determinada, nos queda todo por hacer. El rol es más un navegar adaptativo que una descripción de tarea.

Desde la experiencia del Dios vivo, el rol adquiere una connotación de vocación, es respuesta a una llamada. Es la integración del liderazgo, la espiritualidad y el discernimiento, pero no a nivel estrictamente personal, sino en la vida organizacional. Es una forma de vida alimentada por un compromiso personal de vivir prestando atención. Esto nos lleva a la teoría U: el liderazgo exitoso depende e la calidad de atención y de intención que el líder aporta a cualquier situación. La espiritualidad crea un puente entre nuestro espacio interior y los desafíos globales que enfrentamos. El discernimiento se convierte en una herramienta para el desarrollo social, para el pueblo, para el contexto.

2ª parte: La pregunta que nos hacemos como líderes es ¿vives o sobrevives? El Señor promete en el evangelio que sus seguidores pueden vivir la vida en plenitud. ¿Vives la vida en plenitud o tienes la sensación de que estás simplemente sobreviviendo?

La imagen del iceberg, nos ayuda a distinguir: las conductas visibles (lo que aparece), las estructuras (medios adecuados para que se ejerza bien el liderazgo), los paradigmas de pensamiento (sistema de creencias del líder) y, finalmente, la fuente (el contacto con ella, la integración personal).

No es lo mismo que el líder esté en contacto con el Dios vivo a que no lo esté porque entonces, en vez de actuar desde el Espíritu Santo, actúa desde el ego y el ego no es la mejor manera de liderar. Lo que hace es provocar rechazo en los demás porque los egos se confrontan.

Ese es el punto ciego, ese espacio interior desde el cual operamos. Podemos trabajarnos a nosotros mismos y ver en qué medida este desde dónde actuamos es un punto ciego también para nosotros. El liderazgo depende de los procesos, de las estructuras… pero es  fundamental la persona: mis paradigmas de pensamiento y estar conectado con la fuente. Porque «el éxito de una intervención depende de la condición interior de la persona que interviene«. (Bill OBrien)

El autoconocimiento es esencial para el liderazgo. Es importante para servir mejor. Requiere trabajo personal, dedicarse tiempo, dar nombre a lo que ocurre… Autoconocimiento y autoaceptación. La capacidad de dar un paso atrás ante los acontecimientos para no estar siempre reaccionando porque vivimos sometidos a muchas presiones.

¿Qué hacemos con el estrés? El estrés es aquella condición o sentimiento que experimenta una persona cuando percibe que las demandas que le llegan superan a los recursos personales y sociales que esa persona es capaz de movilizar. Eso genera más estrés de lo normal, de lo que se puede gestionar.

Es bueno reconocer sus síntomas para no enfermar.

Podemos hacernos un sencillo test: enojo, impaciencia, agresividad e irritabilidad.  Son síntomas de que no lo estoy manejando bien.

Más importantes que los síntomas son las causas. La mayor causa es generalmente las expectativas generadas irreales sobre uno mismo. 

Algunos elementos que nos ayudarán a manejar mejor el estrés:

– La humildad: nosotros plantamos semillas, no buscamos recoger el fruto. No somos los salvadores del mundo.

– La comunidad, los amigos: relaciones que nos permiten ser nosotros mismos. Voces de apoyo y desafío.

– La fidelidad: abrazar el aparente fracaso. ¿Qué es éxito y fracaso evangélicamente hablando?

– La contemplación como un camino de paz. Entrar en un ámbito de silencio y entrar en contacto con nuestro interior.

– El día del sábado, acordarse de que tienes que descansar. Saber encontrar nuestro propio ritmo.

Módulo 1

Módulo 2

Módulo 3

Documentos del curso.

Darnos tiempo para conectar con nuestro interior, ahí donde nos encontramos con nosotros mismos y donde el Espíritu de Dios nos habla. Escuchar sus invitaciones para poder responder con nuestro más consciente «¡Hágase!». ¡Feliz 4º Domingo de Adviento!

Vídeo

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