En este lugar que parece “el fin del mundo”, me encontré con personas de una fe profunda y sólida. No podía imaginarme que pudiera vivir gente en esta parte de la montaña. Subimos en un todoterreno con el párroco de Capinota. Él mismo no conocía donde se encontraba el pequeño templo, subíamos, subíamos… y no encontrábamos el lugar. El camino era estrecho, y se veían unos enormes precipicios. Una compañera sugería que dejáramos de buscar, decía que llevábamos mucho tiempo subiendo y que no íbamos a encontrar el lugar. Pero el sacerdote decía, ¡tenemos que llegar! ¡Les encontraremos! Hasta que por fin, encontramos un grupo de cuatro niños que nos esperaban al borde del camino. Nos indicaron que dejáramos el coche. En el idioma quechua nos indicaban con las manos y con su correr abajo y arriba la senda por donde teníamos que ir. No se me olvidará la sonrisa de esos niños y la vida que transmitían. Allí nos esperaba la comunidad de Cornellés. Estaban vestidos con sus mejores galas. Habían estado esperándonos pacientemente más de dos horas. Algunos de ellos habían caminado horas para asistir a la Eucaristía. También nos encontramos con algún papá y otra mamá de niños que tenemos o hemos tenido en el internado de Buen Retiro.
Celebramos la misa en Quechua, excepto las lecturas que fueron en castellano. No recuerdo exactamente la cita de Isaías, pero me resonaba con fuerza la palabra justicia, derecho, paz, esperanza y que Dios acompaña al pueblo. Aunque no entendía el idioma quechua, en esa celebración sentí con mucha fuerza la presencia de Dios. Me maravillaba cómo había podido llegar la Palabra de Dios a estas gentes. Y agradezco a las personas que van a este lugar. Con ello se comunica, como mediación, que Dios está con ellos, que les acompaña, que no les abandona nunca.
Hacía mucho tiempo que no habían tenido eucaristía. Durante esos meses habían fallecido varias personas. Las habían enterrado en el pequeño cementerio que tienen al lado. Después de la misa, la bendición con agua a todas las personas, las flores, la cruz, pidieron al sacerdote que fuera a bendecir las tumbas.
Al observarles, me llegaba de ellos su fe, su esperanza, su fortaleza. No me explico cómo pueden vivir en esa zona. Compartieron con nosotros lo mejor que tenían para comer, a pesar de la gran sequía y escasez de comida.
Me cuestiono tantas cosas sobre mi vida….
Me encuentro sobrecogida, contemplo el misterio de la Encarnación en ellos…
Ellos están siendo mediación de su Presencia. Doy gracias a Dios por esta experiencia que se me está posibilitando.
Pakea Murua fi