La plaza de San Pedro parecía vacía en su inmensidad. Pero recorriendo con la vista su perímetro se divisaba una fila nutrida y ya muy larga de hombres y mujeres dispuestos a avanzar en cuanto se abriera el primer control. Se abre a las cuatro y la fila avanza rápidamente. -¿Alguno necesita entrada? -Puedo dar. -Gracias, las dos. Cinco minutos después alguien pide si le podrían dar una y alguien responde: -Toma.
Familiaridad, diversidad de lenguas, encuentros inesperados, color y alegría, en definitiva. En la inmensidad somos nada. Pero si esa fila imperceptible no está, falta mucha alegría y mucha vida en la Iglesia.
Fue un día de celebración y fiesta; fue una eucaristía compartida y vivida en profundidad. Unos en la basílica; muchos otros por YouTube. Se palpa la diversidad de la vida consagrada y la unión en Cristo
En su homilía, el Papa nos pone ante la escena del evangelio y nos invita a hacernos tres preguntas:
– ¿Qué es lo que nos mueve? ¿Por quién nos dejamos principalmente inspirar? ¿Qué amor nos impulsa adelante?
– ¿Qué ven nuestros ojos? ¿Qué vemos nosotros en lo cotidiano? ¿Qué visión tenemos de la vida consagrada? ¿Tenemos la mirada puesta en el pasado?
– ¿Qué estrechamos en nuestros brazos? ¿Tenemos todavía capacidad de asombrarnos?
Son preguntas que surgen al contemplar al anciano Simeón en su triple movimiento: dejándose mover por el Espíritu, descubriendo al Mesías en el pequeño y frágil Jesús (después será en la pequeñez, fragilidad e incluso drama de la cruz) y tomando a Jesús en sus brazos.
Mejor que contar la meditación de Francisco es leerla, orarla y dejar que dé fruto en nosotros.
MEDITACIÓN (HOMILÍA) DE FRANCISCO
VÍDEO DE LA EUCARISTÍA (homilía a partir del minuto 28’40»)
Son palabras actuales, aunque pasen los días desde el pasado dos de febrero. Vale la pena leerlas despacio, ir de la mano del Señor al fondo de nuestra verdad, que Él conoce y ama. Escuchar sus preguntas, el nombre de las tentaciones de las que habla Francisco y orar: «Señor, renueva mi vida en ti».