“Solo Dios es bueno”, dijo Jesús (Mc. 10, 18). “Solo Tú eres santo”, rezamos en el Gloria, y “fuente de toda santidad”, antes de la consagración.
Llamamos santos a quienes, enraizados en Dios, apuntan a Él. Son expresión de su santidad en su tiempo, de la santidad de su pueblo, son expresión de evangelio, sacramento de la presencia resucitada de Jesús, de la virtud que tiene su fuente en el Espíritu de Dios, de los valores que manifiestan que somos imagen suya.
Así, enraizada en Dios, disponible a la acción de su Espíritu, la M. Cándida vuelve nuestra mirada a Dios, nuestro Padre, al Hijo, que nos muestra lo que somos, solo Él es nuestro Principio y fundamento. Con sencillez dice: “en Jesús todo lo tenemos”.
Que ella interceda por nosotras, las Hijas de Jesús, para que cada una, “según la gracia con que las ayudará el Espíritu Santo” y como Cuerpo, nos pongamos “en sus manos con total confianza, sabiendo que Él vela por sus hijos y los ama”, “siempre dispuestas para hacer en todo su voluntad, encontrando en ella la alegría, y para trabajar a mayor gloria divina en bien de los prójimos”. Que interceda para que, “con esta misma gracia”, la Congregación y cada una “procure amar con toda su persona a Jesús, Dios hecho hombre por amor nuestro, buscando en todo parecerse a Él como un hijo se parece a su padre; y seguir sus huellas hasta la cruz, seguras de que, muriendo con Él, también con Él habrán de resucitar” (CFI. 136)
Que ella interceda también por los laicos con quienes compartimos la misión o también un modo de ser en la Iglesia que nos alienta en el seguimiento del Señor.
Este fue el programa de su vida, el que la llevó a ser sacramento de la presencia del Hijo. Este es el programa de vida que como Hijas de Jesús hemos asumido. Hagamos de este número de Constituciones nuestra oración en el día en que celebramos a Santa Cándida María de Jesús.
¡Felicidades! Somos llamadas, somos llamados, a grandes cosas.
HH. del Gobierno general