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III DOMINGO de CUARESMA

marzo 19, 2017

“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» El pozo de Jacob, en Sicar, Samaría, que visité hace más de 30 años, se me quedó grabado en la mente y en el alma como un lugar ideal para el reposo, el sosiego, el descanso, la comunicación y la amistad de la fe.
“Sicar estaba próxima a la heredad que Jacob dio a su hijo José”. Es el campo que Jacob compró al llegar de Mesopotamia, en el que edificó un altar a Yahvéh y que más tarde daría como mejora a su hijo José. En este mismo lugar había acampado Abraham, en él recibió la bendición del Señor antes de llegar a Betel y ahí fue enterrado el propio José. El pozo era de aguas profundas, pero que manaban como una fuente. «Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo». El camino de Jerusalén tenía su dificultad. Era un día caluroso, habían salido temprano y puede que incluso no hubieran tomado alimento, pues los judíos no desayunaban.
En este lugar frondoso, cuando yo lo visité, cuidado por monjes ortodoxos, se produjo uno de los encuentros más fascinantes del Nuevo Testamento. Dos protagonistas desconocidos entre sí y aparentemente antagónicos que, sin embargo, van a emplastar a la perfección. Se da entre ellos una especie de ondulación de palabras y de insinuaciones existenciales, que resulta fascinante y atractivo. ¡Maravilloso! Ahí, se manifiesta, en la mujer, la debilidad y la fragilidad de lo humano, y de lo natural. Y, a la par, Jesús muestra la trascendencia de su donación y de su venida. Y, a la postre, la mujer samaritana y, de remate, la aldea entera de Sicar, se encuentran frente a frente con Él, y se gozan todos con el Agua Viva que trae consigo el que tenía que venir. Con Él se desvela el corazón y la voluntad divina de hacer que todos los seres humanos se encuentren, en lo profundo de su ser, con el Dios de misericordia y de salvación; y con Él lleguen al punto de encuentro, de comunicación, de armonía y de diálogo de amor al que están convocados desde siempre, desde la existencia de Abraham, que también reposó allí, y de Jacob, que acotó el pozo, y más allá de ellos, desde el susurro de las arenas del desierto y de las estrellas.
El relato de la mujer samaritana es un icono de la profunda renovación que puede provocarte la comunicación con motivo de la Cuaresma. Adéntrate en la belleza de la Palabra, que hoy te invita a poner el acento en algo esencial a la fe cristiana: la comunicación. Y con la mirada puesta en el texto, revisa y discierne a fondo, con la ayuda de tu comunidad, de tus hermanos y de tus consejeros espirituales, cómo estás viviendo el don sanador por excelencia: la comunicación. ‘Cristiano que se comunica, humilde y abiertamente con Dios y su prójimo, cristiano sano y saludable que regenera la vida humana y la fe’.
Iníciate de nuevo en el camino que ha de conducirte, bebiendo del Agua Viva, a ser una mujer, un hombre, comunicativo. Romanos 5: «Estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos.» La comunicación es gracia de sanación, de crecimiento; es confianza, y derribo de muros y barreras; es Agua Viva -el agua que corre es viva, el agua que se estanca es corrupción y muerte-. El Dios Trinitario es Comunicación: es Verbo que anida en el corazón; es Palabra que ilumina y enseña; es aliento que da vida, energía y llama que calienta, gracia que refresca y regenera; es donación que lo hace todo nuevo, interrelación que crea pueblo, Cuerpo, calor de amistad, plenitud de amor…
Salmo 94: «Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón”. Sólo con comunicación rasgarás la roca dura de tu alma. Animaba Madeleine Delbrêl a perforar la dureza y la costra del sufrimiento de la vida, para encontrarse con el Manantial. A lo largo de la jornada, en el Metro, en el bus, en el coche, en la cocina, en la oficina, en el tajo, párate un momento, perfora durante dos minutos de silencio tu costra dura, baja a lo profundo y báñate en las aguas limpias del amor de Dios; y, después, renacido, libre y saneado, vuelve a lo cotidiano. Éxodo 17, nos dice: «Golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.» Golpea la peña dura de tu corazón en tu silencio orante, o deja que Él lo haga, y tendrás acceso al Manantial del Agua Viva, y la podrás compartir. «El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La comunicación y la comunión con el Dios que habita en tu corazón, te entrañará con tus hermanos y te dará una amistad eterna con ellos. Pues algo está cambiando, algo nuevo está naciendo, mira que «se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad.»
1. La vida cristiana es para gozarla mediante la comunicación. La Samaritana, que no es juzgada por su vida singular, disfruta de su encuentro con Jesús. Ambos se buscan, y ella encuentra palabras que le cambian la vida. Busca tú la comunicación. Si no te comunicas, tanto con Jesús como con tus hermanos, convertirás la fe en legalismo, en frialdad o en aburrimiento. La comunicación es la sal y la luz de la relación cristiana.
2. Si te encuentras embotado o frío, sal de ti mismo y desvela tu corazón. Busca amigos. Son la alegría de la vida y de la fe. No te seques por ostracismo. Comparte. Busca el brocal de un pozo en una umbría, y cuenta todo lo que llevas dentro a tus hermanos. Comunica, y se desvanecerán tus sombras y tus miedos.
3. Las parroquias y los locales cristianos conviértelos en Cuaresma, en pozos de Sicar en los que sea posible la comunicación. La fe sólo se transmite de veras de tú a tú, de corazón a corazón, porque sólo en el corazón del hombre vive Aquél que nos da la verdadera paz y alegría. Él es el motivo último de la comunicación.
4. Rasga tu corazón. Perfora tu hermética intimidad. Traspasa tus máscaras y tus velos. Entra hasta lo profundo del pozo de tu ser. Y bebe de Cristo. Ponte en conversación sincera con Él. Te está esperando para hacerte partícipe de su misión, para ser tu amigo, como lo es de la Samaritana. No te juzgará. Te dará Agua y Palabras de Vida.

Antonio García Rubio, párroco del Pilar en Madrid

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