Ya hace tiempo que cada lunes, a la hora que la comunidad va bajando a la capilla para la celebración de la Eucaristía, suena el timbre de la puerta dos veces. Una llamada es, como siempre, de un Padre de la Orden de la Merced, que la preside. La otra es de las Teresianas. La Eucaristía de los lunes tiene, así, un sabor especial.
Fue a finales de septiembre cuando vinieron a nuestra casa y no es sólo que vivamos cerca, que es así, es que nos sentimos cerca. De verdad que nos sentimos hermanas en la ayuda, en la comunicación, en el compartir lo que va trayendo la vida.
Ellas querían recibirnos también como comunidad en su casa. Y por fin llegó la ocasión.
Primero compartimos la oración. En el contexto de la semana de la oración por la unión de los cristianos, en la víspera del día de la Palabra, sentíamos que es
tanto y tan fuerte lo que nos une… Rezábamos: “Que todos sean uno” (Jn. 17, 11 ss), “La riqueza carismática entendida desde la complementariedad y totalidad que evoca el Señor, nos invita a acercarnos, escuchar, aprender y enriquecernos del DON que hermanas y hermanos de otros carismas nos ofrecen” (Cfr L. A. Gonzalo Díez, cmf. Tiempo del Espíritu Intercongregacionalidad). Fue un rato entrañable, cantábamos “lámpara es tu Palabra para mis pasos” y mientras, la Palabra era entronizada con toda solemnidad al ritmo de la música. Hubo quien se sentía vivir en Navidad, pese a ser 22 de enero. Y tiene eso tanto sentido…
Nos pasearon por su casa y terminamos cenando juntas y hablando de nuestros fundadores, de nuestras casas, historias, tradiciones… El cariño se sentía entre los platos y, por supuesto, no faltó la risa.
Desde aquí, una vez más: Gracias, hermanas.
Hijas de Jesús. Comunidad de la Curia. Roma.
