Celina Chimeno (32) es juniora de segunda etapa, oriunda de la provincia de Mendoza (Argentina). Luego de hacer el noviciado en la casa de formación en Córdoba (Argentina) fue enviada a Brasil para hacer su etapa de juniorado, que hoy continúa en Argentina.
Tras cuatro años de formación-estudio y vida de Hija de Jesús en Brasil, a finales del mes de Noviembre del 2020 concluye sus estudios de Teología en la Facultad Jesuita de Teología (FAJE).
¿Cómo conociste a las Hijas de Jesús?
“…en esas búsquedas el Señor colocó en mi vida a una Hija de Jesús que acompañó mi discernimiento: Josefina Segura FI, una mujer llena de fecundidad que no solo me ayudó a escuchar a Dios en mi vida, sino que me mostró con su propia vida la Congregación de las Hijas de Jesús”.
Cuéntanos como ha sido este tiempo de formación en Brasil…
«Un nuevo país, un nuevo idioma, una nueva cultura, un nuevo modo de vivir, de comer, de reír, de ser, de estar. Y una nueva etapa, un nuevo momento en mi vida como Hija de Jesús. Hoy puedo afirmar que estar alimentada y fortalecida por el Espíritu de Jesús [1] fue el eje transversal en toda mi experiencia de juniorado: comenzar a dejarme configurar por el Espíritu de Cristo, e ir encontrándome con ese Dios que es amor primero en sí mismo, y porque Él es amor nos ama y nos invita a amar. Como dice el Evangelista Juan, amémonos los unos a los otros porque el amor es de Dios; y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (Jn 4,7-8).
Terminar la Lic. de Teología en tiempos de pandemia… ¿Qué reflexión surge en ti entre la vida y la teología?
Tiempo que invita a contemplar lo cotidiano que se nos coloca de frente con los ojos del propio Cristo, poder colocarnos en el interior de la Trinidad y contemplar las personas, el mundo, la realidad. Cada día más y más muertes, y así se pasó de escuchar “números” a escuchar “nombres” de personas que son afectadas por el COVID-19. ¿Y eso no dice nada para los que estamos terminando la teología?
Sin dudas, primeramente, fue poder comprender desde lo concreto que el sentido escatológico de nuestra existencia tiene una esperanza en Cristo, y que esa resurrección se da en pequeños (y grandes) gestos concretos y cotidianos. Nos coloca en el llamado de contemplar al Resucitado en gestos de tantos médicos, enfermeros, personas que trabajan en los hospitales dando la vida día tras día; lo contemplamos en tantas donaciones, gestos creativos y nuevos de cercanía, lo contemplamos en tantas miradas que nos fuimos encontrando.
Es por eso que nuestras Constituciones, con tanta sabiduría, nos dicen que este tiempo de juniorado es: “…para poder ayudar a los prójimos en el conocimiento y amor de Dios y salvación de sí mismos, uno de los medios es el estudio de la Teología… se dedicarán a él de modo especial…”[2]. Esa dedicación, a la que se me llamó desde la Congregación a vivir con responsabilidad, compromiso y perseverancia, es la que abrió horizontes nuevos en mi manera de ver, de escuchar, es decir, en mi manera de Contemplar. Y, por eso, terminar el último año con todo lo que trajo la Pandemia puede ser significativo y profundo para resignificar y así saborear con las entrañas la experiencia teológica. Ella, sin duda, no solo es una experiencia de la razón sino también del corazón. Ella me proporcionó espacios de encuentro (con los pobres, con Dios, conmigo misma), me ayudó a desarmarme para rearmarme de modos nuevos, me colocó preguntas, incertezas y algunas certezas también, me puso de frente con un Dios pobre, frágil.
Esa experiencia de la fragilidad la fui sintiendo en mi propia vida al ser confrontada con mis fragmentos interiores, grietas, limitaciones. En el apostolado con las personas de la calle donde sus vidas estaban fragmentadas, heridas, llenas de soledad y angustias, pero al mismo tiempo vidas solidarias, compasivas, tiernas.
También la experimenté estando cerca de la casa de hermanas mayores, la Casa de Nazaret. Esa casa fue mi Betania en este tiempo, en ella descansaba mi corazón. Era contemplar la fragilidad de los cuerpos gastados por amor que me humanizaban cada vez que iba, me cuestionaban con sus vidas en cómo yo estaba viviendo mi vocación, me interpelaban en donde estaba lo esencial de lo cotidiano (¿en el hacer o en el ser?). Sus fragilidades, y el vivenciar muchas partidas a la Casa del Padre, fueron amasando en mí un nuevo modo de ser Hija de Jesús, me fueron confrontando con ese Jesús de Nazaret que nace en un pesebre pobre y que muere en una cruz de madera experimentando la soledad del Padre.
Tu trabajo monográfico está muy cerca de Madre Cándida y se ha visto alentado por estas experiencias que nos cuentas. ¿Cómo se desarrolló esa unión?
Sí, así es. El título elegido, “La experiencia de la Encarnación», está muy unida a la Madre Cándida. En él miraba cómo la Madre Cándida frente a la experiencia de la salud y la enfermedad (la suya y la de las hermanas) estaba haciendo una experiencia de un Dios Encarnado. Fui a buscar elementos que expresaran el cuerpo como camino. de y para Dios.
Sin duda, nuestros sentidos son nuestra puerta de entrada para que Dios pueda venir a nuestro encuentro a través del cuerpo. Esa es la experiencia de la Madre Cándida que, desde la sensibilidad de una mujer, supo percibir el paso de Dios por su frágil cuerpo. Ella solía decir: «Hay que mirar con atención y sensatez…» [3], es decir, es necesario abrir los sentidos.
¿Con qué palabras quieres expresar el final de esta experiencia de estudio que, sin duda, es un gran comienzo?
Diciendo gracias.
Gracias a la Congregación, que me encomendó esta misión de poder estudiar teología y desde allí ofrecer mi vida al Reino; gracias a las hermanas que formaron parte de mi comunidad, que tanto me apoyaron con paciencia y alegría en los tiempos de estudio y trabajo (que a veces no es fácil).
Gracias a las que fueron mis formadoras en la primera etapa del Juniorado (Dayse y Regina Celia), que con sus vidas me dieron pistas sobre cómo dar mi vida como Hija de Jesús desde mi autenticidad de ser Celina en plenitud. Gracias a las Hijas de Jesús de Brasil, especialmente a las de Belo Horizonte, que fueron con las que más conviví, que me inspiraron con sus vidas, que me robaron tantas sonrisas y que también me sacaron las orejas para ayudarme a crecer. Gracias a tantas Hijas de Jesús que están en el cielo y que me humanizaron.
Gracias a mi familia que siempre fue testigo de cada paso, cada tropiezo, cada sueño, cada esperanza, cada alegría y también cada lágrima. Gracias a los amigos que también estuve encontrando en este tiempo en Brasil, fueron el rostro del Jesús Compañero en el camino, que te abraza y camina a tu lado.
Sabiendo que Dios es Amor, deseo que, como consagradas, parafraseando al Padre Arrupe, seamos mujeres enamoradas, capaces de permanecer enamoradas y, a partir de ahí, todo será diferente. El amor es esa experiencia de salir de nosotros mismos; es esa apertura a nuestra pobreza; es eso de permitir que Jesús nazca en la rutina diaria de nuestras vidas.
[1] Plan General de Formación, 127.
[2] CFI 109
[3] MF I, 25