¿Habéis encontrado alguien tan sincera y revolucionariamente provocador como Jesús? Sus palabras, especialmente en el Sermón de la Montaña que estamos rumiando en estos domingos, se vuelven una especie de serena refriega o un aguijón molesto para esta vida convencional y atorada.
En este domingo, al menos para mí, las palabras de Jesús se tornan, llenas de su luz y su ternura, una vuelta de tuerca más junto a los revolcones recibidos los últimos domingos.
«No hagáis frente al que os agravia». Esa es una orden que Jesús dirige a nuestras conciencias, a nuestras frustradas y violentadas mentes, a nuestros egos, políticamente educados, pero que, tantas veces, se empeñan en devolver mal por mal, en dar una respuesta contundente al que nos agravia, o en no dejar que nadie nos humille o nos falte al respeto.
Si, por pura supervivencia, el hombre tiene tan claro que ha de responder con violencia al que le violenta, ¿cómo es posible que Jesús, nos proponga una propuesta tan arriesgada y tan rompedora del sistema humano de seguridad y de autodefensa? ¿No será la suya la propuesta de un cobarde? ¿Cómo puede ser una buena medida el no afrontar la violencia ejercida sobre uno mismo o sobre los suyos, y responder a la misma?
«Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra». La propuesta del Señor es desgarradora. Haya gente que se carcajea de ella. Y la mayoría de los creyentes la olvidamos o la ignoramos. Pero, no queda ahí la cuestión. Jesús va más allá. Busca una perfección más alta: «Yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?».
¡Increíble Jesús! Lo que dice, no lo dice para que lo hagas tú, mientras Él permanece dándote el consejo. Jesús lo hace y lo practica previamente. Y, en el momento definitivo, cuando una persona demuestra lo que realmente es, lo ha hecho, además, hasta el derramamiento de la última gota de su sangre. Jesús dice y hace. Nadie ha llegado a un grado de coherencia entre la palabra y la vida como el suyo. Y eso es lo que nos hace pensar en la seriedad de lo que propone. ¿Estará equivocado Jesús o seremos nosotros los que estamos despistados?
‘La violencia engendra violencia’. El obispo Helder Cámara hablaba hace años de la ‘espiral de violencia’, que no hay quien la detenga, cuando se dispara. Una violencia engendra otras y estas a su vez provocan otras y otras, y, así hasta el infinito.
Gandhi entendió bien la doctrina de la ‘no-violencia activa’ y la vivió él mismo con gran coherencia. Y gracias a ella se hizo posible la independencia de la India. El Papa Francisco, al inicio de este año 2017, hacía también una propuesta en este mismo sentido.
¿Quién puede comprender que Jesús, Francisco de Asís, Gandhi, el beato Óscar Romero o el Papa Francisco, al mandar callar a las armas y proponer el diálogo, y la ofrenda de una vida pacificada y no agresiva, están sentando las bases para hacer posible un futuro fraterno, sereno y digno para la humanidad?
Es necesario adentrarse en un ambiente novedoso, para que algo semejante sea posible. Estamos renaciendo a un tiempo nuevo. En nuestras sociedades, crece más y más la experiencia común de que en este mundo de diferentes hemos de crear las bases para el entendimiento entre los distintos, la inclusión de los excluidos, la igualdad esencial de todos los ciudadanos, y la desaparición progresiva de las diferencias económicas insultantes; esas que suelen ser las primeras agresiones provocadoras de la gran espiral de la violencia.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podremos comprender la propuesta pacificada y pacificadora de Jesús, que llega hasta sugerirnos el amor a los enemigos?
Sólo una transformación de hondura de tu mente y tu corazón, dominados por los intereses y ambiciones del ego personal y social, puede dar paso a la comprensión de las palabras de Jesús. Y eso requiere un camino de iniciación en la verdad escondida en el Evangelio y en la propuesta del Reino de Dios. Y ese camino necesariamente pasa por el silencio, la escucha de los pobres y por la búsqueda secreta de la Fuente.
¿Cómo encontrar sentido y comprensión, en el corazón herido del hombre, para esta batería de propuestas de la Palabra de hoy? Necesitas entrar en el ser de Dios, en su amor trinitario. Aprende de Él y su misericordia. Adéntrate en el ambiente del Cuerpo de su Hijo, lleno de desheredados, con tu corazón iluminado. Allí comprenderás y acariciarás el ser de Dios y el del hombre roto. Y sólo en ese ambiente nuevo, y desde él, entenderás y harás tuyo el ejercicio de la no-violencia y del amor a tus enemigos. Ejercítate. No basta con tener buenas intenciones. Siéntate con la espalda recta y respira profundamente. Relájate. Haz silencio. Busca hermanos. Y en ese ambiente de tu ser, en el ambiente del amor de Dios, escucha y rumia estas palabras de Vida para esta semana:
«Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen.»
«Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.»
«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?»
«Todo es vuestro: el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo Y Cristo de Dios.»
Desde ese orante, silencioso, comunitario y nuevo ambiente de tu vida, has de plantearte la no-violencia, el no responder al mal con el mal ni a la violencia con violencia, y el amor a tus enemigos. Sólo desde ahí, desde la concordia vivida en el silencio, junto a corazón herido de Cristo y de la humanidad flagelada, podrás empezar a dejar a un lado tu ego insolidario y agresivo, y comenzar a ser un verdadero discípulo de Cristo, un hombre de Dios, un perfecto, un santo. Todo cambia si te pones en marcha. Colabora a crear un mundo nuevo, un reino de hermanos que aprenden a perder, para que todos puedan ganar. No temas perder. Aquí sí gana el que pierde, pues, “el que quiera ganar su vida, la perderá”. Confía.
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