El domingo 27 de octubre se clausuró la Asamblea Sinodal con la eucaristía en San Pedro, presidida por el Papa Francisco, quien nos regaló una preciosa homilía, que seguimos profundizando con gran gozo y con los desafíos que nos presenta.
La última semana fue muy intensa, con menos días de Aula, pero definitivos para cerrar este encuentro. El sábado 26 dedicamos toda la jornada a estudiar el borrador de documento final, antes de proceder a su votación punto por punto; como es electrónica, resulta bastante rápida. Se pusieron 951 enmiendas grupales, es decir, en las mesas redondas, más 100 individuales, con lo cual el documento final quedó muy bien trabajado y revisado.
Personalmente, creo que es abierto y amplio, lo cual permite adaptar las cosas a cada contexto, ya que éstos son tan variados que no es posible dar muchas orientaciones generales.
Después de la votación final, el Papa nos regaló un precioso discurso con la sorpresa -que nos emocionó- de que ese documento que acabábamos de votar, no necesitaba una Exhortación Apostólica de su parte, él mismo lo entregaba al Pueblo de Dios.
Realmente fue un gesto sinodal: nos había encomendado pedir al mismo Pueblo de Dios aportaciones en las sucesivas etapas diocesana, continental y universal, y la síntesis de las mismas volvía a su punto de partida, después de ser profundizado en las dos Asambleas.
Antes ir cerrando los trabajos, tuvimos ocasión de dialogar con las Comisiones que estudian los 10 temas encomendados por el Papa. Fue una buena ocasión para conocer cómo se van encaminando y para escuchar -porque lo pedían con insistencia- nuestras aportaciones y sugerencias que podemos hacerlas llegar al correo electrónico de la Secretaría del Sínodo, a lo largo de los meses futuros.
Se ha vivido un ambiente muy cordial, de relaciones muy naturales -se notaba que ya la gran mayoría nos conocíamos-, de gran libertad de expresión y de respeto para escuchar y acoger las diferentes visiones y situaciones que hay en el Aula con el inmenso pluralismo que tenemos en la Iglesia.
La experiencia -en su conjunto- me ha resultado apasionante, porque se toca directamente la vida de la Iglesia con sus luces y sombras: experiencias maravillosas, personas que viven en zonas de frontera dando la vida, lugares a donde nadie quiere ir y en los que no falta presencia de Iglesia.
También cosas que duelen, ritmos muy lentos que impacientan, demasiada fijación en “lo de siempre”… muchos desafíos, pero se camina. Se necesita paciencia para permanecer y la invitación es a volver a Jesús y que Él sea el centro con su Evangelio como programa de vida y, dentro de la Iglesia -sintiéndome parte activa y no espectadora-, seguir apostando y empujando todo lo que podamos.
Ahora es el momento de dar continuidad al proceso iniciado en la Iglesia desde los diversos lugares donde estamos.
Termino con ésta el envío de mis crónicas. Gracias por la lectura que hayáis podido hacer y nos seguimos encontrando en el camino sinodal.
María Luisa Berzosa González, FI -Roma-.