Un encuentro. Alguien toca la puerta y Pedro Fabro, que repasa algunos apuntes a la luz de una vela, se levanta con desgana a abrir. Seguramente sea un compañero del Colegio de Santa Bárbara, lleno de estudiantes de Artes y Teología. No conoce al hombre que le sonríe, pero la primera impresión es buena. Aunque es mayor y parece pobre, tiene algo en la mirada. Dice que se llama Ignacio y es de Loyola.
Una experiencia. A los pocos días, Ignacio tiene una propuesta para ellos: hacer los Ejercicios Espirituales. Fabro se sumerge en la experiencia a tumba abierta. No saldrá siendo el mismo. El propio Pedro escribió de esos días: “Ojalá llegue pronto el momento en que yo no vea ni ame a ninguna creatura prescindiendo de Dios, sino más bien vea a Dios en todas las cosas, o por lo menos lo reverencie en ellas.” De aquella habitación en París, Fabro sale convertido en un apóstol incansable recorriendo Europa de extremo a extremo en misiones como la de Italia, Ratisbona, Portugal, Alemania, España o el Concilio de Trento.
Un testigo del Evangelio. Fabro es el amigo fiel que calladamente cuida, sirve, alegra. Es la imagen del bien, sencillo y profundo. Es un médico del alma, un detective de lo que Dios quiere. Sabe que las formas son importantes pero es en el fondo donde se juega la partida de nuestra vida. Quizás su ejemplo nos ayude a vivir desde las entrañas. Fabro nos invita a descender allí donde Jesús nos habla claro: en el hermano necesitado, en la naturaleza creada y en lo profundo de nuestro ser.
Cinco años del Pacto Educativo Global
En septiembre de 2019, hace cinco años, el Papa Francisco nos invitaba a construir un Pacto Educativo Global con...