La Sagrada Congregación para la Educación Católica publicó el pasado 10 de septiembre una carta circular dirigida a las escuelas, universidades e instituciones educativas.
Parte de la realidad:
La difusión de COVID-19 ha cambiado profundamente nuestra existencia y forma de vida: «nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa». A las dificultades sanitarias se añadieron las económicas y sociales. Los sistemas educativos de todo el mundo han sufrido la pandemia tanto a nivel escolar como académico. En todas partes se han hecho esfuerzos por garantizar una respuesta rápida mediante plataformas digitales para la enseñanza a distancia, pero su eficacia se ha visto condicionada por una marcada disparidad en las oportunidades educativas y tecnológicas. Según datos recientes proporcionados por organismos internacionales, alrededor de diez millones de niños no podrán acceder a la educación en los próximos años, lo que aumentará la brecha educativa ya existente.
Destaca cómo a pesar de la dramática situación económica de muchas escuelas y universidades católicas, muchas instituciones educativas católicas han podido ubicarse en la vanguardia de la preocupación educativa, poniéndose al servicio de la comunidad eclesial y civil, asegurando un servicio educativo y cultural público en beneficio de toda la comunidad.
Hace referencia a algunos de los desafíos que nos ha dejado esta pandemia:
– El entorno educativo formado por personas que se encuentran, interactuando directamente y «en presencia», es la sustancia misma de esa relación de intercambio y de diálogo (entre profesores y alumnos), indispensable para la formación de la persona y para una comprensión crítica de la realidad.
– La contribución de los profesores — que ha cambiado profundamente a lo largo de los años, tanto desde el punto de vista social como técnico — necesita ser apoyada a través de una sólida formación continua que sepa responder a las necesidades de los tiempos, sin perder esa síntesis entre fe, cultura y vida, que es la clave peculiar de nuestra misión educativa.
– Es necesario poner siempre en el centro de la acción educativa la relación con la persona concreta y entre las personas reales que componen la comunidad educativa.
– La necesidad de un pacto educativo cada vez más comunitario y compartido que — apoyándose en el Evangelio y en las enseñanzas de la Iglesia — contribuya, en sinergia generosa y abierta, a la difusión de una auténtica cultura del encuentro.
– Contribuir a la realización de una alianza educativa que tenga el objetivo de «encontrar el paso común para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión». Fomentarlo mediante una red de cooperación más integrada.
Como Hijas de Jesús, nos resuena el subrayado que hace de puntos del Pacto Global por la Educación y que inciden de lleno en la situación mundial por el impacto de la Covid-19. La educación católica, nuestras escuelas, poniendo a la persona en el centro, buscando su formación integral, están trabajando siempre en esa dirección.
Ahora con más fuerza y, muchas veces, asumiendo ingentes retos cuando la pobreza y la desigualdad se hacen más patentes.