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Domingo XXV Tiempo ordinario

septiembre 24, 2017

Mateo 20: “Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros’”. Habremos de esperar hasta que oscurezca para recibir el jornal definitivo. La noche es tiempo de salvación y de penurias humanas. En la noche ocurren los grandes acontecimientos de la vida y también las grandes aberraciones y los fraudes. Pero grava bien esto en tu conciencia de bautizado y entregado a las tareas del Evangelio: habrás de esperar hasta el anochecer del día soñado, para que se desvele el salario que vas a recibir. Ya nos cabe duda de que el salario será igual para todos. Y que lo que consideramos como justicia humana: ‘dar a cada uno lo que se merece’, nada tiene que ver con la justicia divina, que a todos les dará la misma recompensa. “Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno.”
¿Cómo podemos entender esta falta de entendimiento entre la naturaleza humana y la acción y la mente de Dios? El Salmo 144 nos habla hoy de la justicia y la bondad de Dios, que está cerca de los que le invocan: “El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.”
Si Dios es bueno y cercano, ¿por qué protestamos ante sus decisiones? “Entonces se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.’” Seguro que si hoy sucediera algo semejante, estaría la calle llena de pancartas en contra de la soberana y divina injusticia, y en favor de los trabajadores ridiculizados con ese salario comparativo y de maltrato. Y pediríamos al parlamento leyes que protejan a los que se lo curran, y repriman a los ambiguos y parados.
“Él replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?’” El Evangelio de san Mateo deja en manos de Dios la verdadera reparación de la injustica humana. El hombre egoísta, el que sustenta la economía liberal, el que mantiene el poder del dinero como absoluto y primero, y por encima de los personas, no será el que tenga la última y cruel palabra. Hay muchas cosas que plantearse ante la división y la violencia que ejercen unos y otros hijos de Dios, ante las situaciones que han dado con unos hombres nadando en la abundancia y con otros sumidos en la miseria, y víctimas diarios de la opresión.
Y la Palabra nos da una última sentencia, que nos desbarata del todo: “Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.” ¿Se podrá tomar en serio esta palabra de Jesús? ¿Será verdad? ¿No serán los llamados ‘buenos’ de siempre, los ricos de siempre, los poderosos de siempre los que ocuparán los primeros puestos en el Reino de Dios? Os dejo para vuestra reflexión semanal la respuesta a estas preguntas.
Pero, con el fin de que no confundamos los términos, y no convirtamos el final de la historia en un revanchismo económico y en un juicio político, sería bueno averiguar cuál es el jornal que se nos ha prometido a todos por igual. ¿Qué es lo que, al final, vamos a recibir de paga? Isaías 55: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes.” Qué texto más precioso. La mente de Dios nos hace volver a empezar. Volver al ‘a,e,i,o,u’ de la fe. Lo primero es buscar al Señor. Ahí está la clave. El encuentro con Él, que es la propuesta de la Iglesia, si este es verdadero, y no un anuncio de mercadillo de baratijas, como tantos nos presentan, nos traerá el cambio de vida, el paso a una vida disciplinada que nos retorne a Casa, que nos oriente la vuelta a Él. El encuentro con Jesús es provocador de una nueva vida, de una persona nueva, de un hombre nuevo. Provoca el nacimiento de un niño que confía, que abandona el ego crecido, y competidor con Dios y con sus hermanos; que se humilla, ‘para que todos sean uno’, para que haya comunión, para que sea posible una nueva comprensión de la existencia. Nuevos planes. Nuevos caminos. La aparición del tiempo de la misericordia y la fraternidad.
Filipenses 1: “Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.” Pablo nos remata la faena. El salario prometido, el jornal, es Cristo mismo. ‘La vida es Cristo’. La novedad que viene con el bautismo es que Cristo será glorificado en nuestro cuerpo. El cristiano escoge lo mejor, que es estar con Cristo. Nada importa la hora, ni el día, ni el año en el que se nos desvele lo que es, en el que llegue la paga. Lo importante es prepararse para recibirle. Todo esto pasará. Lo importante es que aquí seamos capaces de llevar una vida digna del Evangelio de Cristo. Y esa vida tiene mucho que ver con la entrega servicial y con el humilde silencio que busca, espera, confía, que aguarda paciente la hora, y que sabe que ‘Dios es Dios’, y que aunque tarde en manifestarse, acabará haciéndolo, y siendo el jornal jamás imaginado. Reconozco que se nos está planteando una nueva manera de ser, de pensar y de vivir. ¿Te apuntas?

Antonio García Rubio

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