Nathalie Becquard es religiosa de las Misioneras de Cristo Jesús (Xavière). Como sabemos, fue nombrada recientemente subsecretaria de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, primera mujer y con derecho a voto; fue elegido también un religioso agustino español, Luis Marín de San Martín.
Pudimos compartir muchas horas de trabajo y reflexión conjunta en el Sínodo de los Jóvenes y, desde ese vínculo que se creó entre nosotras, me he atrevido a hacerla algunas preguntas, a las que ha respondido amablemente regalándome un espacio en su agenda, ahora cada vez más llena.
¿Piensas que tu nombramiento es el resultado del trabajo realizado en los dos Sínodos anteriores donde hemos escuchado al Espíritu Santo?. ¿Cuál es tu opinión?
Los dos últimos sínodos ha hablado mucho de la cuestión de las mujeres. En el Documento Final del Sínodo de los Jóvenes y del Sínodo sobre la Amazonía podemos leer palabras fuertes que llaman, por un lado, a luchar contra toda discriminación de la mujer en la sociedad y, por otro, a dar más responsabilidad a las mujeres en la Iglesia.
Así, en el párrafo 13 del Documento Final del Sínodo de los Jóvenes: «La Biblia presenta al hombre y a la mujer como compañeros iguales ante Dios (cf. Gn 5,2): toda dominación y discriminación basada en el sexo ofende la dignidad humana»; o de nuevo en el párrafo 148: «Una Iglesia que pretenda vivir un estilo sinodal no podrá prescindir de la reflexión sobre la condición y el papel de la mujer en su seno y, en consecuencia, también en la sociedad. Las mujeres y los hombres jóvenes lo piden con mucha fuerza. Las reflexiones desarrolladas requieren ser puestas en práctica a través de un trabajo de valiente conversión cultural y de cambio en la práctica pastoral diaria. Un área de particular importancia en este sentido es la presencia de las mujeres en los organismos eclesiales a todos los niveles, especialmente en puestos de responsabilidad, y la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones eclesiales, respetando el papel del ministerio ordenado. Se trata de un deber de justicia, inspirado tanto en el modo en que Jesús se relacionó con los hombres y mujeres de su tiempo, como en la importancia del papel de ciertas figuras femeninas en la Biblia, en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia».
En esta misma línea, el Sínodo sobre la Amazonia abogó por que la Iglesia consulte a las mujeres, reconozca y refuerce su participación en los procesos de toma de decisiones (DF §101). Mi nombramiento puede leerse, pues, como un gesto del Papa Francisco en respuesta a las peticiones de los últimos sínodos.
¿Qué podemos hacer para vivir la sinodalidad en la vida cristiana cotidiana sin dejar todo para el momento del Sínodo como tal?
En esta fase actual de la recepción del Vaticano II, en el contexto histórico que es el nuestro, estamos llamados a fortalecer y desplegar la sinodalidad en todos los niveles de la Iglesia. Está claro que «debemos avanzar en este camino. El mundo en el que vivimos, y al que estamos llamados a amar y servir incluso en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. El camino de la sinodalidad es precisamente el que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[1].
Por lo tanto, todos estamos invitados a promover y poner en práctica la sinodalidad allí donde estemos. Es decir, vivir nuestra fe cristiana en este estilo sinodal que es un estilo misionero para anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres de este tiempo. Se trata, en primer lugar, de dar vida a las instituciones sinodales que no son sólo el Sínodo de los Obispos o el sínodo diocesano, sino también un consejo pastoral diocesano o parroquial, un consejo presbiteral, un capítulo local, provincial o general para las comunidades religiosas, las asambleas generales y los consejos de los movimientos eclesiales…
Como nos dice el Papa Francisco, «Ser Iglesia es ser una comunidad que camina junta. No basta con tener un sínodo, hay que serlo. La Iglesia necesita un intenso intercambio interior: un diálogo vivo entre los pastores y entre éstos y los fieles» [2]. La sinodalidad es un estilo misionero que es un modo de la vida y una práctica marcada por la escucha y el discernimiento.
Para poner en práctica la sinodalidad en el día a día necesitamos integrar y vivir la espiritualidad de la sinodalidad que requiere actitudes de fe y confianza (en Dios, en los demás), de escucha y humildad, de diálogo y de libertad para buscar la verdad. Se trata de desarrollar una verdadera cultura del encuentro al servicio del bien común, en la aceptación y el respeto de las diferencias con la convicción de que el Espíritu habla en cada persona y que sólo podemos discernir las llamadas del Espíritu juntos en esta escucha mutua. La sinodalidad significa pasar del «yo» al «nosotros», redescubrir la primacía del «nosotros» eclesial, de la comunidad, una comunidad abierta e inclusiva que camina junta con Cristo en el centro. La sinodalidad, al poner a Cristo y a los demás en el centro, nos construye como Pueblo de Dios.
¿Tendremos padres y madres sinodales en el próximo Sínodo? ¿Laicos y laicas? ¿Crees que habrá una verdadera experiencia sinodal?
«Se ha abierto una puerta», así dijo el cardenal Mario Grech al comentar mi nombramiento, porque de hecho, según la Constitución Episcopalis Communio, la misión de Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo conlleva ser miembro de derecho del Sínodo y, por tanto, derecho a voto. Esta cuestión se ha planteado masivamente en los dos últimos sínodos, y muchos han expresado su incomprensión por el hecho de que los superiores generales no clericales que representan a las órdenes religiosas masculinas puedan votar como padres sinodales y no las religiosas, que hasta ahora sólo podían participar en el sínodo como auditoras o expertas.
La historia del Sínodo de los Obispos desde su creación al final del Concilio en 1965 nos enseña que evoluciona de sínodo en sínodo. Por lo tanto, podemos suponer que la evolución continuará. En particular, se espera que el próximo sínodo sobre la sinodalidad en 2022 dé lugar a una importante fase de preparación en las Iglesias locales, posibilitando experiencias sinodales concretas a nivel de parroquias, diócesis, conferencias episcopales, etc., haciendo hincapié en la escucha del Pueblo de Dios.
Ciertamente, he sentido la alegría de muchas mujeres por tu nombramiento, ¿qué podrías decirnos, como mujer, a todas nosotras?
Sí, me han impresionado y emocionado los numerosos mensajes que he recibido de todo el mundo tras mi nombramiento [3]. Todos ellos expresaron la alegría compartida por quienes recibieron la noticia. Muchas mujeres, por supuesto, y en particular las religiosas que recibieron este nombramiento como algo suyo. Pero también muchos hombres, muchos sacerdotes, obispos, cardenales que me decían lo contentos que estaban con esta decisión del Papa Francisco y lo que simboliza: la inscripción en la estructura misma del Sínodo de los Obispos de la presencia de las mujeres, de los religiosos -no hay que olvidar que fui nombrada junto a otro religioso agustino español subsecretario, el padre Luis Marín de San Martín-, de los laicos.
Es una señal visible de que se tiene en cuenta el Sensus Fidei. Me siento llevada y apoyada por la oración de muchos. Esto me llama a vivir esta misión como un humilde servicio estando profundamente conectada, vinculada al pueblo de Dios, escuchando a todos, especialmente a los más pobres y sufrientes.
Muchas gracias, Natahalie, por este compartir cordial y profundo que nos anima a seguir caminando sinodalmente.
María Luisa Berzosa, FI –Roma-
[1] Discurso del Papa Francisco con motivo del 50º aniversario de la Institución del Sínodo, 17 octubre 2015
[2] Discurso del Papa Francisco a los responsables de la Iglesia greco-católica ucraniana, 5 julio 2019.
[3] Entrevista al cardenal Grech, Secretario General del Sínodo de los obispos