Partamos hoy de este planteamiento: «Todo lo que vives a medias, necesita, y ha de buscar, la plenitud», pues según dice el dicho popular, «Lo que no mejora, empeora».
El hambre verdadera busca el alimento que le dé la energía que precisa para vivir; el hambre a medias, que no es hambre, se entretiene con chucherías y golosinas. La sed verdadera busca por todas partes un manantial de agua viva; la sed a medias se divierte con refrescos gaseosos o alcohólicos. El ciego daría la vida, con tal de que sus secos ojos pudieran ver; el que ve, abusa viendo torpezas, y desconoce el don maravilloso que posee. El paseante anda distraído y como perdido; el caminante busca alcanzar una meta y va concentrado y atento a las señales.
Salmo 118: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor, lo busca de todo corazón.» Ahí está la nueva y eterna actitud que has de buscar en el silencio orante de este domingo. Busca al Señor, es decir, busca la plenitud. Pero, ojo, las medias tintas te pueden poner en dirección hacia la plenitud. Ese es su sentido espiritual. Todo ha de permanecer. El trigo y la cizaña han de permanecer juntos hasta el final. Por eso, Jesús te dice: «No he venido a abolir, sino a dar plenitud». Me parece preciosa e increíble esta aseveración de Jesús.
Con Jesús se acaba el quedarte siempre en las medias tintas. Él te provoca en la dirección del ‘Magis’ ignaciano, el ‘más y más’, ir más lejos y más a fondo. Hasta la plenitud. Ese es el Camino. Él es el Camino. Él es la plenitud de todo en todos. «Todo fue creado por Él y para Él». El cristiano ha de abandonar la vida mediocre y ramplona que viene practicando desde siglos; esa vida acomodaticia, que se conforma con un cumplimiento más o menos contemporizador o celoso o frío de la ley eclesiástica; pues, por ese camino, no va a llegar a la meta. Si Cristo es, es lo más, es la plenitud. Él es «la piedra angular» que cierra y estabiliza el edificio que formamos. El cristiano, que vive por y para Cristo, no se conforma con vivir a medias; y si lo es, ha de vivir como su Señor.
«Más allá de mis miedos, más allá de mi inseguridad, quiero darte una respuesta: aquí estoy para hacer tu voluntad, para que mi amor pueda decirte sí, hasta el final.» Este canto, que oía cantar con pasión y emoción, tras la comunión, a los jóvenes de la parroquia de santa Eugenia, en Vallecas, refleja bien este anhelo creyente de superar la mediocridad, de olvidarse de sí y de buscar lo mejor para todo el Cuerpo, la plenitud. Y no se trata de competir con nadie, eso no es cristiano; sino de vivir y ser con la dignidad personal del discípulo y de la comunidad de Jesús.
Estos domingos te estás enzarzando con valentía con el Sermón de la Montaña, de Mateo 5. Y hoy te deja, entre otras perlas, estas: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.» «Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.» «Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo.» «No juréis en absoluto.» «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no.»
Todas estas perlas están inspiradas por la consecución de la plenitud de la vida humana, e imbuidas, a su vez, por los valores del Evangelio que ha de cultivar el discípulo del Maestro. No se trata de que seas un aristócrata, o uno entre la élite espiritual o la «gente de bien», de la de toda la vida. Todo lo contrario. Se trata de que seas bienaventurado, de que vivas las bienaventuranzas que escuchaste hace dos domingos. Son los pobres, los mansos, los sufridos, los misericordiosos, los limpios de corazón o los perseguidos, los que viven la plenitud. Y a ellos has de conocer bien, para ser uno con ellos, para poder imitarles en lo esencial de cada vida bienaventurada, que sólo tiene la misión de dar luz, diluir sal y ser fermento de la Buena Noticia.
Y así surgen y crecen unos grupos de cristianos bien armonizados humanamente, fervientes en la escucha de la Palabra y en la comprensión de la misma, partícipes de un silencio comunitario, servidores de sus hermanos y de los pobres hasta el desfallecimiento. Y estos grupos creyentes y comunitarios nos harán gustar a todos de la sabiduría de la que nos habla hoy 1 Corintios: «Hablamos de una sabiduría que no es de este mundo. Una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada para nuestra gloria. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu.»
Estás en el mundo de los hombres, nuestro mundo, que es, a su vez y primeramente, el mundo de Dios. Este mundo, sin embargo, está imbuido de un ambiente cada día más recreado por seres humanos que no creen en Él, o que le ignoran. Y, a pesar de ello, el creyente continúa viviendo envuelto en la sabiduría del Evangelio y abierto a que su vida sea cauce, para que el saber y el amor de Dios lleguen a la humanidad. El cristiano sabe, con esa sabiduría de Dios, que sólo puede actuar desde la mansedumbre, la humildad y la valoración positiva de sus hermanos diferentes y de todos sus progresos. Y, ahí, en la reciprocidad, en el tesón de una vida digna, en la austeridad y compromiso permanente, no mediocre, sino de plenitud, podrá realizar, con sumo respeto, la obra del Espíritu: «Pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.»
El mirlo es contumaz con su canto al amanecer. Cada mañana es fiel a su cita con la vida. Así también tú, que reconoces la acción de la misericordia de Dios en tu pobre vida, sabes que has de cantar tu canto ejemplar de luz y de amor, cada día más y mejor, al servicio de una humanidad sufriente o en camino de dispersión, y que está llamada permanentemente a renacer a un tiempo de plenitud, para gloria de Dios y bien de los hombres, desde sus contradicciones y sus cenizas.
Carta 39 de la Superiora general – Sínodo y CG XIX
Al terminar este mes de octubre, nuestra Superiora general, Graciela Francovig, nos ha escrito una nueva carta en la...