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Un viaje desde el corazón

marzo 15, 2020

 

En este tiempo de permanencia en casa, con esa obligación moral que nos impone el bien común, tengo muchas horas para dedicarme a pensar, a orar, a leer, a escribir… El “cronos” se me está convirtiendo en “kairós”… y no quiero desaprovechar esta oportunidad, una vez que algunas actividades permanecen por Skype pero no son tantas y, al no salir a la calle, la agenda está inmóvil y esto me permite entrar en lo hondo.

Es una sensación extraña, al interno y al externo: calles vacías, silencio por doquier, parece que la vida se ha detenido;  pero ¿qué nos está sucediendo? ¿es verdad lo que estamos viviendo?. Sí, no es ciencia-ficción, aunque pueda parecerlo… y, como las noticias siguen llegando y caigo en la cuenta de que este virus traspasa fronteras,  he decidido poner a viajar mi corazón y voy recorriendo paisajes inéditos pero reales.

Viajo a todo nuestro país y me voy deteniendo en tantas ciudades donde encuentro hermanas  de congregación, familiares, amigos y amigas, compañeras y compañeros de misión. Me traslado a Italia, a Roma, a nuestra curia general- y me encuentro con nuestras hermanas allí y en otras casas,  con sus programas detenidos, con sus planes cambiados. En la sociedad civil, en la eclesial, en todo el territorio.

Y, como no hay fronteras ni restricciones para las alas de mi corazón y no se me impide volar, llego hasta América Latina donde de algunos países nos llegan noticias semejantes y nos escriben solidariamente y puedo saltar a Asia donde también y antes que por aquí,  se ha desatado la pandemia del coronavirus y varios países de ese continente lo están sufriendo. Pero no quisiera limitarme a los lugares donde estamos las Hijas de Jesús,  sino que el mundo entero es nuestro lugar de vocación y misión y por tanto nos debemos en entrega universal.

Y no puedo dejar de detenerme en situaciones mucho más dramáticas que las propias: cuánta gente no puede quedarse en casa, sencillamente porque no la tiene; vive en la calle, expuesta a todo contagio, como siempre lo ha tenido que sufrir, a la intemperie del modo más literal posible.

Personas con situaciones especiales que necesitan salir, moverse, tomar aire y sol y tienen que permanecer en casa; personas enfermas y solas; personas ancianas en soledad –tantas en nuestra sociedad europea-, mucha gente que no tiene medios tecnológicos actuales y no puede comunicarse y sufre mayor aislamiento.

Y cómo no recordar a tantas personas que arriesgan su vida –también en tiempos de confinamiento-  porque están dedicadas a cuidar nuestra salud, a vender alimentos, a permitir que los viajes urgentes tengan su medio de transporte,  a limpiar hospitales y calles, a proporcionarnos medicamentos; una sociedad se sostiene, aún en crisis grave, gracias a tantos héroes anónimos y silenciosos que son el contrapunto necesario para que el edificio social no se derrumbe aún cuando sufra amenazas.

Y mientras voy realizando mi viaje, tomo nota en mi cuaderno de bitácora de qué aprendizajes voy adquiriendo:  

– Todo, absolutamente todo, pasa a ser relativo, ante una grave amenaza de pérdida de salud y de vida, que se hace mundial; el ritmo de vida, el no detenernos, el no respirar, el día lleno de actividades,  las urgencias que nos oprimen y exprimen, el “no me da la vida”…  todo se detiene de golpe. Y de pronto tenemos todo el tiempo del día y de la noche para estar en casa, tiempo para perder, para jugar,  para cantar, para no-hacer… 

– La tecnología actual nos permite seguir trabajando, en comunicación, inter-actuar pero todo a distancia, se acaba el contacto afectivo y efectivo, nos vemos y sonreímos o lloramos, a través de la pantalla.

– La creatividad aflora de maneras impensadas: todo el tiempo para discurrir qué hacer y cómo para llenar nuestras horas: aplaudimos, cantamos, nos decimos frases de ánimo en balcones y ventanas que son nuestro altavoces.

– nos enviamos muchos mensajes de solidaridad,  es cuestión de todas las personas, nadie puede quedarse fuera, nos damos ánimos esperando que pasará esta pesadilla y volveremos a la vida “normal”…

– ¿Será que esta situación nos hará cambiar la norma y aprenderemos a vivir de modo más “anormal”,  es decir, más humano y humanizante?.

Se nos ofrece la ocasión de sacar lo mejor de nuestras personas,  la capacidad de compadecernos, de ser solidarios con quienes están más necesitados,  la posibilidad de pensar y actuar desde un “nosotros” y no desde mi yo individual y reducido.

Momento privilegiado para vivir la común-unión,  desde el corazón, en la diversidad, en la distancia,  porque hay algo que nos hermana por encima de razas, colores, ideologías  y cualquier tipo de credo: ese bien invalorable que es la salud está seriamente amenazado, por eso la grave obligación de cumplir con rigurosidad exquisita nuestros deberes como ciudadanos de un mundo global.

Eso de pensar en global y actuar en local, se hace más urgente que nunca;  el mundo entero está ahí, a nuestro lado, en la puerta de nuestras casas, de las que nos podemos salir, tan local se ha hecho lo global que nos sorprende mucho en esta nueva etapa de confinamiento.

El “kairós” –que no el cronos-  nos invita también a la esperanza,  a la alegría, a la confianza, a poner nuestros medios y a creer que hay Alguien que es Señor de la vida y de la muerte.  Pasará este tiempo de oscuridad, -se hace necesario atravesarla sin perder el ánimo- y volveremos a encontrarnos de modo físico y real y a darnos tantos besos y abrazos, y a decirnos con el con-tacto,  que seguimos caminando con la lección bien aprendida.

Y para el fin de mi viaje recuerdo lo que dice San Pablo en una de sus cartas: “estad siempre contentos;  orad en todo momento; dad gracias a Dios por todo”.

Alegría, oración y gratitud,  son buenos aliados con otras recomendaciones: lavarse las manos, usar mascarilla,  guantes…¡feliz permanencia doméstica!.

María Luisa Berzosa fi 

Entrevías – Madrid

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