Juana Josefa, Juanitatxo, ama a su familia, habla con cariño de sus padres, hermanas y abuelos; ama su tierra, los montes de altas y verdes cumbres de Andoain, su pueblo natal, sus ríos de aguas frescas y limpias, las flores silvestres que crecen en sus orillas.
Se siente profundamente amada por Jesús, Dios hecho hombre, al que vive como Padre, cuyo Espíritu desea. Sensible a todo lo que acontece, quiere ser sólo para Dios, hacer en todo su voluntad. Cada paso que da, cada decisión que toma hasta los 24 años de edad (momento en que escucha claramente la llamada a fundar la Congregación) está movida por este deseo: «Hacer lo que Dios quiera y sólo lo que Dios quiera».
María, bajo la advocación de la Inmaculada, fue Madre y Consejera, Estrella y Confidente, la «verdadera fundadora de la Congregación», diría ella. Amor filial era el que le tenía. Toda decisión importante la consultaba con la Virgen.
Amó a la Iglesia, a los pobres, a las Hijas de Jesús y a sus alumnas. Amó a las personas con las que se relacionaba; a la familia Sabater, con la que trabajó de sirvienta desde joven; al P. Herranz, su confesor y gran ayuda en los inicios de la Congregación.
Amaba lo cotidiano y lo sencillo. Amó todo en Cristo.
La Madre Cándida amó tanto a Dios con hechos y palabras que murió «tranquilísimamente tranquila» porque no recordaba ningún momento de su vida que no hubiera sido para Él.