HAZ SILENCIO. Son días de prisas y gente, de mil «quedadas» y demasiadas luces. Busca un lugar donde recogerte de la vorágine que nos arrastra y hacer silencio. Por fuera… y por dentro. Para encontrarte contigo y, ojalá, con Dios.
AGRADECE. Cae en la cuenta de cuánto te ha sido dado en estos 365 días. Cuánto ha ocurrido que podría no haber sido. La vida, la salud, la amistad, el trabajo,… Personas, situaciones, conversaciones, amor, inteligencia, hijos, pareja, ilusión… Aprendizajes de algún don amargo que ha traído el año.
PIDE LUZ a Dios para descubrirle en tu año, para caer en la cuenta de por dónde ha pasado.
RECUERDA, revisa, repasa, relee… contempla la película de tu año. Acontecimientos, personas, proyectos, oportunidades, desaciertos, desconciertos y, tal ve, desengaños. ¿Por dónde ha estado Dios? ¿Dónde ha dejado, discretamente, su tarjeta de visita? ¿Qué te ha dicho? ¿A qué te ha movido? ¿Hay alguna constante, algo que se repite? No le pierdas la pista. Su palabra siempre es de vida, de más vida.
PIDE PERDÓN. ¿Hay algo que te duele? ¿Personas con las que no has sido don? ¿Situaciones en las que has ido a «lo tuyo»? ¿Reacciones en las que no has sido tu mejor «tú»?
MIRA HACIA DELANTE. Mira al año que se abre ante ti. ¿Cómo se presenta? ¿Qué vas a tener que afrontar? Escucha a qué te llama el Señor, cómo te invita a situarte, a responder; qué quiere que afrontes o emprendas.
Recuerda que no te deja sola, que está a tu lado acogiendo tus debilidades (las ha perdonado antes incluso de que las veamos) y animando las posibilidades que te regala.
Termina PIDIENDO SU GRACIA para que el nuevo año tú seas como Él desea para ti.