Mientras nuestra sociedad española se enzarza en la discusión, si belenes si o no en nuestras escuelas publicas, si reyes magos o fiestas de invierno, (donde sea invierno), adornos, luces o papa Noel en nuestras calles.
Mientras, los creyentes vivimos inmersos en el adviento, apasionados por la cercanía de un Dios que llega, que sale a nuestro encuentro, que nos llama a estar atentos, vigilantes, abriendo nuestro corazón a su ternura y misericordia.
Cuando experimentamos en nuestra propia persona ese amor infinito de Dios, ese abrazo del Padre lleno de ternura y misericordia que nos invita a levantarnos cada día, a aprender de los errores a ser creativos, a sanar, acompañar, acoger, sostener a amar. Solo entonces nos atrevemos a mirar de frente a nuestro prójimo sea quien sea y de manera especial al más débil. Esa mirada nos hace migrar de nosotros mismos y entregarnos por entero, desde el amor, el servicio y la justicia. Esa experiencia de Dios en nuestra vida no se puede acallar, al contrario nos lanza a la vida urgidos a ser portadores de compasión, de acogida del sufrimiento del que me sale al encuentro, de ternura y solidaridad.
Nuestro Belén, nuestro niño Jesús, nuestros Reyes Magos, somos cada uno nosotros, portadores de Dios en nuestras manos, palabras, miradas, pasos, para los demás.
Entonces los demás lo reconocerán, lo descubrirán y lo gozarán en nuestra propia vida.
Mientras los que aun no han entendido y discuten en la superficialidad, los que hemos sido tocados por la ternura de Dios encarnado estamos llamados a ser adviento, pesebre, Navidad para los demás, cada día de nuestra vida.
Por Pilar Brufal fi