Llegamos al IV Domingo de Adviento, culminando el camino que hemos ido recorriendo juntas, durante el I Domingo, II Domingo y III Domingo de Adviento, pasando por la Fiesta de la Inmaculada.
Comenzamos despertando a la esperanza, aprendimos a acoger y a comunicarnos mejor, fortalecimos el corazón viviendo una espiritualidad profética… y hoy, cuando la Navidad está ya muy cerca, la Palabra nos recuerda quiénes somos y para qué hemos sido llamadas.
Este Adviento nos ha ido afinando el oído y el corazón. Ahora, a las puertas de celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, se nos regala una certeza profunda: somos llamadas por Jesucristo, amadas por Dios y enviadas a vivir y anunciar el Evangelio.
Acogemos la Palabra
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados de Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
(Rm 1, 1-7)
San Pablo se presenta desde la conciencia de haber sido llamado y escogido. No se apoya en méritos propios, sino en la gracia recibida. Este texto nos recuerda que la vocación cristiana —y nuestra vocación como Hijas de Jesús— nace de una iniciativa amorosa de Dios, que nos llama por nuestro nombre y nos envía a su misión de Amor a todos. para la gloria de su Reino.
La Determinación ilumina nuestro camino
“Deseamos crecer en la responsabilidad personal y comunitaria de la formación permanente. Ser fieles a este compromiso es esencial para mantener viva nuestra vocación, responder a los desafíos del presente y no decaer en la entrega al Reino de Dios” (Determinación CG XIX n. 15)
Si somos llamadas, también somos aprendices de seguimiento toda la vida. La formación permanente es una manera concreta de cuidar la vocación, de mantener vivo el fuego del primer llamado, de dejarnos seguir modelando por el Espíritu, para responder con mayor hondura y acierto a los desafíos de nuestro tiempo.
Resuena en nuestra vida
Este IV Domingo de Adviento nos invita a acoger la llamada de Dios con un corazón disponible, dispuesto a seguir creciendo, aprendiendo y dejándose transformar.
¿Cómo sigo formándome y creciendo?
Que este último tramo de Adviento nos encuentre agradecidas por la llamada recibida, con el corazón abierto y disponibles para seguir caminando con Él.






