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Primer domingo de Adviento: «Caminemos a la luz del Señor»

noviembre 27, 2016

Hermanos y compañeros:
Iniciemos el Adviento con el anhelo de ser hermanos y compañeros. Andamos desparramados, tocados de destrucción y desesperanza, de desconfianza y desafección; necesitados de hermanos y compañeros; y de la sabiduría de sabernos compañeros y hermanos para los demás. Nos lo sugiere el Salmo 121. “Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: ‘La paz contigo’… te deseo todo bien”.
La sorprendente carta del Papa Francisco, con la que se cierra el Jubileo de Misericordia, nos orienta el Adviento:
1. En este tiempo de gracia, aprendamos a ser hermanos y compañeros que vigilen las pobrezas indignas y que sean solidarios. Así dice el Papa: “No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social…: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad”.
2. Aprendamos también a ser hermanos y compañeros, que ayuden a restituir la dignidad de las personas, en especial de los niños. Como lo plantea el Papa: “Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo.”
3. Seamos hermanos y compañeros que esperen y aporten una movilización amorosa y explícita: “El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía… Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios”. El Papa va siempre, y parece increíble, por delante de nosotros con sus palabras y gestos. El Espíritu Santo nos ofrece en él palabras tan vivas y gestos tan misericordiosos que, si le prestamos serena atención, recibiremos fuerza suficiente para desbloquearnos y hacernos rebosar de esa misericordia que hace buena y santa la peregrinación de los discípulos de Cristo.
Construyamos la cultura de la tierra productiva y fraterna, que da de comer con generosidad a los hijos de Dios, hermanos y compañeros. Preparemos los campos y fabriquemos los instrumentos necesarios para hacer posible la paz y la transformación de los valles, arrasados por la guerra, en fértiles tierras que alimenten la alegría de todos. Habla de nuevo Isaías 2. “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.

Venid, hermanos y compañeros,
“caminemos a la luz del Señor”.
Sea éste un Adviento de luz purificadora y misericordiosa, que palpite y transforme, que limpie y sane, y nos haga hermanos y compañeros, como nos pide san Pablo, en Romanos 13. “Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias”. Entremos en un Adviento de purificación personal y comunitaria. No para generar mala conciencia y culpa, sino para remendar con responsabilidad la dignidad humana, apartando de ella lo que la entorpece.
Revistámonos de los sentimientos de Cristo Jesús. Seamos como Él, un espejo de Él, para que este mundo sea de hermanos y compañeros que se amen, se respeten, y se apoyen solidariamente. “Revestíos más bien del Señor Jesucristo”.
Él está. Siempre. Tú y yo, hermano y compañero, andamos perdidos, pero llamados. ¿Podremos escuchar? Con sólo hacerlo. Con sólo acercarnos a su mirada y callar y esperar pacientes en el silencio, nos renacerá un espíritu de vigilancia y de Comunión. Nos lo sugiere Mateo 24: “Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa”.
Por eso, como cristianos, que esperamos la venida del Señor como hermanos y compañeros: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Preparados con las obras de misericordia, como sugiere el Papa: “Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a cabo una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas”.
Cuando era un niño volteaba y volteaba las dos campanas de volteo de la iglesia de mi pueblo, y lo hacía con la energía y la alegría propias de una infancia que derrocha energías positivas sin tener prefijado objetivo alguno. Algo misterioso y maravilloso me llevaba a hacer las obras del bien. Como niño en brazos de mi padre, me dejaba hacer y llevar. Y creo humildemente que eso es lo que nos pide el Padre en este Adviento: Volteemos hasta la extenuación las campanas de nuestras vidas, palabras y gestos de misericordia, que nos llaman a ser hermanos y compañeros. Y volteemos sin otros pensamientos y sentimientos que los de Cristo Jesús, hasta que hagamos amanecer el día de la Comunión en nuestra Iglesia, y, con ella, el día de la paz y la justicia para todos los compañeros y hermanos de nuestro pueblo.

Antonio García Rubio, párroco del Pilar, Madrid

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