Recuperamos este artículo de Mª Luisa Matamala fi que escribió cuando celebrábamos los 90 años del aniversario de la muerte de Mª Antonia Bandrés. Hoy es buen momento para releerlo y pasarlo por el corazón; para agradecerle a Marisa sus palabras, tan desde dentro.
Me pidieron que escribiera algo sobre Antoñita Bandrés en este homenaje que la Congregación quiere ofrecerle en los noventa años del aniversario de su muerte. Cierto que, en un primer momento, pensé no aceptar la petición: lo que podía decir de Antoñita ya lo había dicho en el libro que escribí sobre ella –“Natali nos habla de Antoñita”-, que constituyó para mí una satisfacción y un gozo grande. Pero me sabía mal el negarme a colaborar en algo tan nuestro…
Así que me puse a pensar qué podía contar en un breve artículo. Se me ocurrió que podía hacer algún comentario sobre algún suceso de su vida que me hubiera de alguna forma impactado. Y, en seguida, me vino a la memoria el capítulo del libro que lleva como título “Yo te daré el agua”. De esta manera cumplía dos objetivos que me parecían importantes. Primero resaltaba una intuición que creo que, de alguna forma, ella tenía: el convencimiento de que moriría joven; y, a la vez, podía hablar también de Natalia, su hermana carnal y, también Hija de Jesús. Lo que creo que a Antoñita le agradará, pues las dos se querían mucho.
A Antoñita no la conocí en su vida mortal, pero sí a Natalia. Cuando estaba yo interna en el colegio de la Inmaculada en Salamanca, pude tratarla en alguna ocasión. Hoy, al evocar su recuerdo, vienen a mi mente, su figura, su simpatía, su celo apostólico en el anuncio de Jesucristo… no perdía ocasión para evangelizar a grandes y pequeños.
Antoñita murió muy joven -poco después de sus primeros votos- no llegó a cumplir un año de juniorado. Algo he dicho antes sobre un posible presentimiento de su muerte y que confirma el contenido del capítulo al que me estoy refiriendo y del que quiero sacar algunas conclusiones:
Con motivo de la visita que hicieron a sus hijas las señoras de Bandrés y Olarreaga en el Noviciado de los Mostenses, las familias quisieron hacer algunas fotos en el bello marco del claustro salmantino que perpetuaran para la posteridad este caluroso y alegre encuentro. Doña Teresa -su amatxo- les advirtió que posaran naturales, con sencillez, sin afectación. Junto a la estatua del Corazón de Jesús se colocaron las jóvenes religiosas. Natalia cogió una regadera y comentó que ella echaría agua a los rosales. Entonces Antoñita hizo crujir la vieja polea del pozo y mirando fijamente a su hermana le dijo:
– ¡Tú regarás las flores, pero yo te daré el agua!
En aquel momento, la frase pudo pasar desapercibida, Pero Natalia entendería después todo su significado y captaría todo su sentido. Por lo que recojo de la biografía de Antoñita escrita por E. Iturbide, Natalia fue profundizando, poco a poco en estas palabras:
“…me impresionó hondamente, sin poder olvidarlo jamás. Ahora, cumple su promesa desde el cielo. Infinidad de veces la noto junto a mí, solucionando asuntos que se me confían, y sacando de la nada grandes frutos para la gloria de Dios”.
Por las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, en que España iba saliendo de los años difíciles de la posguerra, el Ministerio de Educación ofrecía préstamos para las entidades civiles y religiosas que quisiesen abrir colegios, muy necesarios en aquel momento, principalmente para las clases medias y obreras. Las superioras designaron a Natalia para llevar a cabo los trámites burocráticos necesarios para afrontar esta situación y poder, de acuerdo con nuestro carisma, construir escuelas católicas donde se formasen jóvenes y niños. Muchas religiosas recordarán, aún, las idas y venidas de Natalia al Ministerio, las entrevistas que tuvo que mantener, las dificultades y problemas que tuvo que afrontar. Un día hasta rodó las escaleras de un ministerio… Pero ella nunca se rendía.
Los colegios de Usera -Madrid- y de Gamarra -Málaga- , entre otros, son dos ejemplos concretos de su entrega y solicitud a la causa de la educación y formación de los jóvenes. Su ángel, como la llamaba ella, estuvo siempre a su lado. Natalia estaba convencida de que Antoñita la ayudaba y solucionaba los problemas que inevitablemente iban surgiendo…
Algunas religiosas recordarán la siguiente anécdota que os voy a contar y que la oí relatar en más de una ocasión: En una ciudad de España la Congregación quería comprar un solar que estaba en venta y que parecía muy a propósito para construir en él un colegio. En un primer momento se veía posible la negociación con los dueños, y se tenía la esperanza de que pronto sería nuestro… Pero según pasaban los días, las dificultades aumentaron y lo que, al principio resultaba fácil, se veía como insuperable… Natalia había recibido el encargo de agilizar la compra y de terminar el proceso… Pasaban los días y todo parecía indicar que se estaba en un callejón sin salida. Pero Natalia no se rindió: echó, disimuladamente, una reliquia de Antoñita en dicho emplazamiento e invocó a su hermana diciéndole entre otras cosas: “arréglalo tú, pues nosotras poco podemos hacer ya…”
Inesperadamente, el problema, en pocos días, se solucionó…
La H. Mª del Carmen Domenech, Hija de Jesús, en su libro “Hacia la cumbre”, nos recoge las siguientes palabras de Antoñita a Natalia:
Salvarás muchas almas, pero nunca estarás sola. En el momento en que un alma se acerque a ti, yo la estaré presentando a la Virgen y te inspiraré desde el cielo lo que tienes que decirle. Tu trabajarás en la tierra, pero yo te ayudaré desde el cielo…”
Son sólo algunos ejemplos. Antoñita murió muy joven -con sólo veintiún años-. Pero cumplió su promesa. Seguro que la sigue cumpliendo en el cielo… Ahora no ayuda a Natalia… Pero seguro que nos echara una mano a todas las Hijas de Jesús, sus hermanas, en todos nuestros afanes misioneros…
Mª Luisa Matamala FI