Desde el pasado domingo día 15 en que escribí mi primera etapa del viaje, no imaginaba que hoy domingo iba a cumplir una semana tan densa como la que nos ha tocado vivir.
Y antes de que terminara llegó la primavera, día de la poesía, día de recordar que la vida se impone y atraviesa los terrenos duros y pedregosos, momento para alargar la mirada y creer que la semilla necesita la oscuridad del surco para darnos flores y hojas de color y que llegará el momento de celebrarla como se merece.
El quedarme en casa ya se iba asimilando poco a poco cada día, la rutina se iba imponiendo porque el camino se hace largo. La casa exterior se organiza, los tiempos también, pero el corazón empieza a sentir tristeza, alternando con esperanza, alegría con dolor, gente conocida y desconocida que se infecta y muere, otras se sanan y engrosan la difícil lista de los dados de alta.
Quizá la sensación más fuerte de esta semana haya sido el crecimiento imparable y a un ritmo verdaderamente veloz del contagio en tantos puntos del planeta. Verdaderamente una se siente muy insignificante por una parte y al mismo tiempo la propia vida alcanza dimensiones cósmicas, criatura del mundo, parte de ese planeta –esa casa común- y experimenta, como nunca, que nada de lo que sucede en el mundo me es ajeno.
Es más, que el mundo ha entrado en nuestras casas y ya somos inseparables. Esa conciencia de criatura cósmica, aunque suene a paradoja, es la imagen que mejor me define lo que vivo. Pero me llegan noticias de personas que se van, conocidas y no, con el dolor inmenso para quienes quedamos, de no poder hacer una despedida; es un doble duelo difícil de mantener.
Mis días y momentos se alternan: paz, desasosiego, confianza, incertidumbre, esperanza, temor… La ausencia y lejanía de familias, amigos, compañeros de trabajo, hermanas de comunidad, la no salida a la calle, el pequeño espacio donde moverse, se escucha el silencio, a veces agradecido pero en otros momentos adquiere una densidad que pesa.
Y vamos incorporando las rutinas diarias –que se nos aconsejan para permanecer cuanto tiempo necesitemos- de modo que podamos vivir este tiempo con plena consciencia y no dejar que nos absorba sin llevar el timón del mismo. Difícil para quien tiene que compaginar atención a la propia familia con el compromiso laboral que tampoco puede abandonar.
Y nos vamos proporcionando alivios de forma creativa y sobre todo solidaria, saliendo de nosotras mismas para pensar en cómo está el otro y la otra: nos enviamos mensajes, ayudas para la reflexión, para orar, para vivir todo esto con sentido aún sin entender casi nada; también experimento que una rutina necesaria es dosificar la abrumadora información que recibimos; toda con una voluntad inmensa de ayuda, pero también podemos sofocarnos; saber elegir lo que más nos va ayudando y también poder colocarlo en el “cronos” diario siguiendo el “kairós”.
Vamos teniendo encuentros de poca o mucha gente, con nuestros compañeros de trabajo y nos vemos y miramos y sonreímos a través de la pantalla que, en medio de todo, nos acerca y nos confirma que seguimos fuerte y misteriosamente unidos.
Recibimos noticias de la amplia familia religiosa extendida por el mundo que nos confortan y ayudan a permanecer con la mayor paz posible. Incorporamos la eucaristía, los momentos de oración, los encuentros al interior de la casa, siempre con conciencia universal.
Y también hemos incorporado una rutina emocionante: cada atardecer nos sumamos al país que se ha hecho balcón agradecido hacia nuestros servidores –sanitarios y otros muchos- que sostienen nuestra sociedad, y ofrecemos con cada vecindad nuestro caluroso aplauso.
Y sigo mi viaje sin moverme de casa, poniendo palabra a este tiempo y compartiendo mis vivencias por si ayudan a otras personas. Sigo aprendiendo, sacando lecciones de esta etapa nunca imaginada pero real; con fe y esperanza en el Dios de la historia que camina a nuestro lado pero que en momentos de debilidad nos lleva a preguntarnos: “¿dónde estás? ¿nos has abandonado?”.
Y escuchamos en nuestro corazón una palabra que reconforta y anima: “No temas, yo estoy contigo”; “mira a tu alrededor, en todo el mundo hay mucha entrega generosa y anónima, se despierta una solidaridad que traspasa fronteras y saca lo mejor de cada ser humano; hay búsqueda continua para ayudar-nos … ahí estoy, en la vida y en la muerte, apoyando y consolando, abre bien los ojos, verás cómo me descubres cómo y dónde no imaginas”.
Y seguimos en casa, renovando nuestro compromiso de cuidarnos para cuidar; de mantenernos en común-unión. Una semana más que deseamos de corazón vaya trayendo alivio a nuestro mundo tan herido. Y mientras tanto no dejemos de sonreír, que nuestro rostro no se endurezca porque nos necesitamos amables y esperanzados.
María Luisa Berzosa fi
Entrevías – Madrid